Para la materia del Dr. Reinaldo Rojas

Fuente : http://www.uasb.edu.ec/spondylus_conten_site.php?cd=5119&cd_boletin=99&sec=ENT

Ramón Alberch: "El tema del gobierno electrónico impacta en la gestión de los documentos"


Por Santiago Cabrera
Docente del Área de Historia

En el marco del Seminario "Preservación, Conservación y Gestión Electrónica de Archivos", que fue organizado por el Área de Historia de la Universidad Andina Simón Bolívar, con el coauspicio del Municipio de Quito, Spondylus entrevistó a Ramón Alberch, Director General de la Escuela Superior de Archivística y Gestión de Documentos de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Ramón Alberch es una de las personas que más ha reflexionado el tema de los archivos, la normalización archivística en relación con el gobierno digital, así como los procesos actuales de transmisión de la información.

Es autor de más de cien artículos de temática archivística en publicaciones especializadas nacionales e internacionales y ha publicado más de treinta libros de temática archivística y de historia de Cataluña.

¿Cómo ves el tema de los archivos en el Ecuador, específicamente los procesos que el gobierno intenta implementar en relación con el gobierno electrónico, es decir, discursos como el cero papel y cuál es tu balance sobre la gestión archivística en nuestro medio?
Creo que Ecuador comparte con otros países del mundo una doble problemática, que en mayor o menor medida se da en todas partes. Por una parte, una sociedad y una archivística que había consolidado los valores básicos de los archivos históricos como instrumentos de memoria, como instrumentos de patrimonio, la investigación retrospectiva, el conocimiento y cuando este sector estaba consolidado aparece con mucha fortaleza el tema de los gobiernos electrónicos que impacta absolutamente sobre la gestión de los documentos, sobre nuestra manera de trabajar, pero que topa en todas partes sobre el obstáculo de que no hay una congruencia entre el tema del desafío y los recursos que se pueden dedicar a ello. Este creo que es el problema grave en este momento por dos razones: la primera, porque al trabajar en documentos electrónicos estamos prefigurando los archivos históricos del futuro en soportes que no son papel y que, por lo tanto, la participación del sector profesional es decisiva en todos los sentidos.

La otra porque requiere -como el caso de ustedes con el posgrado- de una formación actualizada y esto tenemos que impregnar al colectivo de que no hay bastante universidad sino que tienes que ir formándote de manera periódica para poder acometer los cambios que van a ir apareciendo, rendición de cuentas, transparencia, gobierno abierto, nuevos conceptos, nuevas ideas y, finalmente, creo que es un aspecto clave que los gobiernos tiene que entender que estos planteamientos, desafíos, retos que son en aras de la modernización y de entrar en sintonía con movimientos internacionales, también requieren de unos recursos económicos, unos recursos tecnológicos y unos recursos humanos y que solo con esta aportación podemos avanzar. No es posible pretender una administración electrónica con los mismos medios, la misma formación y las mismas personas que lo están haciendo ahora, sino que requerirá una inversión en talento, una inversión en dinero, y esto tiene que formar parte de la agenda política de los mandatarios actuales.

Este tema de la digitalización está ligado a todo un esfuerzo estatal de establecer mecanismos de manejo de la información generada desde lo público pero también desde lo privado, con demandas específicas de pasar del soporte papel al soporte electrónico. Esto tiene ciertas dificultades, ¿puedes introducir algunas de ellas y establecer alguna visión crítica sobre el tema?
El tema de la digitalización es preocupante en la medida en que desde muchos sectores de los gobiernos y desde las gerencias se percibe como la receta mágica para resolver el problema de la administración electrónica y no se entiende que la digitalización es solo una parte de este proceso. A la digitalización la tenemos que mirar desde dos perspectivas diferentes, la primera, en tener cuidado y gestionar adecuadamente los documentos que nacen digitales -y esto está sucediendo en estos momentos en la propia administración- y, la otra, documentación que vamos a digitalizar porque entendemos que va a servir mejor al principio de acceso a la información o que servirá para preservarlo.

Un caso claro es que hay mucha documentación histórica que como ya está digitalizada servirá para preservarla adecuadamente y evitar su deterioro y su manejo por parte de las personas y, a la vez, ubicarlo en la web, por ejemplo permitirá la accesibilidad universal, pero esto se tiene que hacer en casos determinados estudiando los requerimientos. Documentación que puede estar en estado de deterioro, de una gran importancia, de una gran antigüedad, que de pronto no podemos lanzarnos a digitalizar “per se” sin antes una reflexión, un programa, unos objetivos porque por mucho dinero que le pongamos si no organizamos adecuadamente este dinero no tendría ningún sentido y, luego, tomar atención a un segundo aspecto que es que la documentación digital debemos seguir preservándola, cosa que no hacemos en la mayoría de administraciones del mundo. Trabajamos en computador, gestionamos documentos en computadores pero cuando acabamos el proceso apretamos imprimir, lo sacamos en papel, ponemos un clip, lo firmamos y enviamos al archivo global. Todo el capital invertido en generar esta información la perdemos porque no somos capaces de darle continuidad, por lo tanto, aquí debe haber políticas integradas desde las administraciones, políticas públicas de asegurar el ciclo de vida de los documentos y los medios para su digitalización si es el caso, o de su conservación de los vacíos digitales, su organización y su preservación para el futuro; que no se diera como hemos dicho en estos días la triste paradoja que somos capaces de conservar documentos de Quito del siglo XVI y no somos capaces de conservar un documento del año 2017, porque no habremos generado un soporte electrónico pero no habremos tenido el cuidado de garantizar su procesabilidad y su uso para el futuro.

Cuando hablamos de los procesos de digitalización, de gestión electrónica, uno se pone a pensar en quién administra estos grandes contenedores, servidores, información de nubes, a los que parece ser que los gobiernos tienden a colocar la información pública. ¿No es esto una especie de retorno, de privatización de la información a través de estas empresas o complejos empresariales más amplios que -al captar la información pública que después se digitaliza se vuelve electrónica- terminan controlándola?
En todas partes hay un conflicto gravísimo entre el libre acceso a la información y el tratamiento de la protección de datos privados, esto en todo el mundo es una tensión importante, yo diría que no es irresoluble pero muy difícil de resolver, porque se da por una parte unos discursos políticos razonables de la libertad de información, acceso a la información como un valor democrático… el gobierno dice yo tengo que intentar ampliar la base de ciudadanos que puedan acceder a la información para que me controle, pueda ver que hago, transparencia, rendición de cuentas, etc., pero a lado de este discurso hay otra parte, es decir unos gobiernos incapaces en muchos casos (y hablo en general ninguno en concreto) de asegurar que esta información se va a preservar de manera adecuada, entonces se confía en órganos externos, por ejemplo el cloud computing del que tanto se habla.

El cloud computing genera problemas claros de confidencialidad, genera casos de protección de datos, de que los datos del gobierno están siendo gestionados por personas privadas. Yo a veces pregunto a la gente: todos esos servicios que te ofrecen hoy en día, servicios que te guardan documentos, proyectos de investigación donde todo el mundo puede poner allí la información ¿no sospechas que sea gratis, no es extraño que te ofrezcan una aldea de información en la nube y nunca te pidan un euro, un peso un dólar? Pues porque es evidente que esta gente reutiliza la información, puede salir un tema de estas llamadas que te hacen por teléfono y saben tu nombre, en qué trabajas… no es gratuito.

Mi padre, que en paz descanse, era un industrial. Le hicieron una oferta de comprarse un Mercedes, una casa con piscina, y yo que trabajaba en la administración me ofrecían un coche pequeñito y un piso. La persona que ofrecía esto sabía perfectamente que mi padre ganaba mucho dinero y que tenía un sueldo de funcionario. Cómo lo saben, pues porque se van cruzando datos y porque por desgracia hay una cierta promiscuidad -por decirlo de alguna manera- entre lo público y lo privado, se pasa mucha información de lo público al ámbito privado por muchos que los discursos sean … hoy ha salido este tema a debate, el gran hermano, el Estado es el que tiene toda la información, tú te casas y saben que estás casado, yo me divorcio y saben que me he divorciado, que tengo dos hijas, que tengo título, que trabajo en la universidad, que tengo la presión alta… saben todo de ti, eres el hombre transparente, el hombre de vidrio, saben todo de ti.

Tenemos que tener la fe, ya no hay más que esto de tener fe, que en manos públicas deberíamos confiar que prevalezca el sentido ético, el sentido de estado de protección. En manos privadas, con todo el respeto, esto no nos llevará a ningún buen camino, pero en todo caso va a servir para enriquecer a estas empresas privadas que van a tener el gusto de levantar información brutal.

Hace poco, en Estados Unidos se hablaba de una ley, bueno… empresas de custodias de documentos que tienen intereses con hospitales, de manera que saben que a partir de la documentación que el Estado cede a una empresa de custodia privada para que se lo guarde, extraiga información y, cuando tú pedías un préstamo, el hospital sabe qué enfermedad tienes y aliado con empresas de banca, cuando tú pedías un préstamo te lo rechazaban porque eras diabético muy avanzado. La persona se preguntaba por qué no le daban el préstamo, porque se habían enterado que eras un diabético avanzado por los datos del hospital, lo sabían porque habían accedido a la información del depósito, entonces el banco no te lo daba porque no quería arriesgarse a que dentro de un año tuvieras un coma diabético y te fueras al otro barrio, te murieras.
Se está dando, en muchos casos, en nombre de la libertad de información, de compartamos… ciertas complicidades gobierno-empresa privada que son muy peligrosas. En ese sentir creo que el Estado debería garantizar en todos los casos, debemos al final confiar en alguien, tenemos que confiar en alguien mas que decir porque no es posible, porque el Estado lo requiere para funcionar como Estado, pues lo que tenemos que hacer es confiar en que el Estado sea el mejor gestor de nuestros intereses y presionar mucho al Estado, vigilarle, ser muy estrictos para que cumpla con esto. Empresas, con todo el respeto, hacer lo que tienen que hacer, es decir hacer negocio pero sepámoslo, si les cedemos información sepamos que ellos lo van a convertir en negocio en su propio beneficio. 

Apuntes de clase del Dr. Juan Manuel Santana (I)

AMOR

         
         Por una parte, la monogamia era la única relación heterosexual autorizada desde la Edad Media. Por otra, toda una variada gama de actitudes y costumbre pervivían todavía con fuerza y pugnaba para mantenerse vigentes.
         Los hombres y mujeres de los siglos XVI y XVII se debatían entre los dictados de la ley y la religión, y sus propias tendencias o puntos de vista. La realidad social no tenía demasiado que ver con la teoría que trataban de imponer la Iglesia y el Estado, porque todavía estamos muy lejos de la sociedad puritana de siglos posteriores.
         El matrimonio se había convertido en un sacramento para la Iglesia desde el siglo XII, pero las leyes de la Corona vigilaban también para que se cumpliera su indisolubilidad y se respetara la opinión de las padres de la Iglesia. Sin embargo, los matrimonios secretos y sin la debida autorización dieron lugar a numerosos escándalos, por lo que el Concilio de Trento decidió que debían tener lugar en público y quedar registrados en la parroquia.
         Los padres de la Iglesia consideraban pecaminosa cualquier relación sexual al margen del matrimonio, y la heterosexualidad era, por supuesto, la única fórmula posible, puesto que la procreación era la justificación fundamental para la comunicación entre hombres y mujeres. A partir del siglo XIII, y gracias a la influencia de Tomas Aquino, el elogio de la castidad será otro elemento importante.
         Según la Summa Theologica, la castidad total es superior a cualquier otro estado puesto que es el mejor camino  para la perfección y la relación con Dios. Después de la reforma, la Iglesia romana seguirá defendiendo los postulados de Tomas de Aquino e imponiendo el celibato de los sacerdotes. La castidad, sin embargo, es también una conducta obligada para todos los católicos y puede observarse, incluso, en el seno del matrimonio.
        La sociedad estaba lejos de aceptar y cumplir los dictados de la Iglesia, apoyados por la Corona.
       Los hombres (la existencia del mito de Don Juan, sin una contrapartida femenina, es una prueba elemental) se tomaba con mayor ligereza sus obligaciones religiosas. Desde Carlos I a Carlos II apenas hubo un rey que se privara del trato con una o varias amantes, y el resto de la nobleza no era un excepción. El adulterio femenino estaba duramente castigado y no era extraño que los maridos ofendidos se tomaran la justicia por su mano. Los varones podían disfrutar de una floreciente prostitución que solo fue prohibida, sin mucho éxito, por una Real Pragmática en 1623. Las mancebías Madrid, Sevilla y Valencia llamaban la atención en los viajeros extranjeros por su buen funcionamiento.
        La corona toleraba la existencia de prostíbulos libremente abiertos al público. Esta actitud pudo dar lugar a la afirmación, muy extendida entre los varones, de que fornicar con  mujer pública no constituía un pecado mortal, puesto que la ley y el rey lo permitían. La tolerancia de las mancebías es una flagrante contradicción para una Corona que se manifestaba tan vigilante respecto a las costumbres dictadas por la Iglesia.
        La mayor parte de los fornicadores del siglo XVI llegaron hasta el tribunal de la inquisición acusados de afirmar que tener relaciones sexuales con una mujer pública no era pecado.
        Respecto a las mujeres, en unos casos defienden el derecho de los hombres a satisfacer sus pasiones por razones físicas, pero no faltan las que se atreven a hablar abiertamente de su propia sexualidad.
       El libro que pretendió fijar la imagen de la mujer fue La perfecta casada de Fray Luis León, que ensalza la reclusión de la mujer y ataca el ocio femenino poniendo el canteo en la satisfacción y places que debe experimenta una mujer casada siendo madre virtuosa, moderada en su adorno personas y buena administradora de la hacienda. Las mujeres casadas venían a colaborar con los hombres en la formación de nuevas mujeres obedientes y sumisas, reanudando un quehacer circular, donde los modelos de conducta se reproducían idénticos de una generación a otra.
       La novedad del siglo XVIII fue la puesta en cuestión del recato femenino, Durante este siglo las mujeres de la alta sociedad reaccionaron contra la imagen de la esposa-buena-administradora e inician una política de gasto. El valor que van cobrando en la época de las joyas, los vestidos, los adornos son una prueba inequívoca de la reacción frente a lo anterior, En este contexto se va abriendo paso a la moda del cortejo (se trata de una especie de adulterio galante; nace unido a la noción de conversación argumento esgrimido por sus defensores frente a las sospechas de inmoralidad) que viene a alterar las relaciones hombre-mujer.
         Los hombres casados comienzan a admitir que sus mujeres tengan cortejo so pena de ser tachados de provincianos, plebeyos e inciviles. Con ello la idea del honor, tan arraigada en la España del Siglo de Pro, empieza a ser desplazada. Y además, el cortejo permite a los maridos compartir con otros hombres los enormes gastos que el adorno, los bailes y el vestido conllevan.
        Las relaciones amorosas van tomando caracteres diferentes a alas de los tiempos anteriores. Ahora se va imponiendo el amor como cosa galante, como juego, como frivolidad, amén de artículo consumo, alejándose el cortejo de su inicial significado de conversación.
         Las reacciones frente a esa moda vienen de dos ángulos contrarios. Uno, el de los enemigos de la frivolidad que no ejercen sus criticas desde posiciones puritanas, ni desde la defensa de la sociedad tradicional, sino que dejan de entrever atisbos de ciertas reivindicaciones feministas. Otro, el de los que se oponen a esa costumbres como extranjerizantes y afrancesadas, oponiendo el majismo que tiene algo que ver con chulería, virilidad, descaro en el mirar y en el comportarse. Esta moda comienza a ser recogida a principios de siglo por algunos sectores de la nobleza que la copian del pueblo.
        Uno de los aspectos que preocupaba a este segundo sector, con notable influencia social era el desprestigio que iba adquiriendo la nobleza: su corrupción, lujo, frivolidad… Ello ponía en evidencia cada vez más las desigualdades entre las clases: lo que podía hacer vacilar la fe ciega, y la religiosidad sobre las que se había asentado la Iglesia católica española.
        Los matrimonios por amor no se estilaban. La necesidad de guardar las formas es cada día menor. Se va sustituyendo el recato por el despejo, y el cortejo tiende a convertirse en adulterio.
       Comienzan a aparecer opiniones que califican de “tiranía de las leyes” la indisolubilidad del matrimonio. Cabarrus director del Banco de San Carlos en tiempos de Carlos IV, osa defender el divorcio en público.
        La disminución del número de matrimonios es notoria. Ello comienza a preocupar a algunos que hablan de corrupción de las costumbres, responsabilizan a las mujeres “por su desmedido afán de lujo” y a la pérdida del sentido del honor y de los celos (Felipe V, en 1716, había promulgado una pragmática, reiterada en 1757 por Fernando VI, prohibiendo los duelos y los desafíos).
        Los textos de esta época nos dan una idea de cómo en este contexto la smujeres habían aprendido a manejar el arma de su pretendida debilidad. Bastaban unos pocos halagos y necedades de manual para conquistar de aquellas “atontadas mariposas”. Ellas, por su parte, estaban dispuestas a hacer esclavo de sus humores, de sus exigencias y de sus jaquecas al arrogante conquistador.
       En 1637. María de Zayas y Sotomayor, precursora en España de rebeldías feministas, clamaba contra la injusticia de que no se diera estudios a las mujeres “único origen de sus pretendidas diferencias con los varones”.
      La rebeldía femenina, ante la evidencia de su condición pasiva, era refrendada, sofocada por una sociedad que no toleraba la instrucción de las mujeres, pues sus diversiones (ya que estaban destinada a ser regalo del hombre) debían ser las labores de aguja y las tareas de parir y criar, vituperando hasta la saciedad a las mujeres bachilleras. 
       Frente a los denostadores de la petimetra, vana, frívola mujer que se contraponía el modelo de la mujer hacendosa y maternal, más que a la mujer Bachillera.
       Josefa Amar Borbón es la primera autora de esta época que habla así de la actitud de los hombres: “Como el mandar es gustoso, han sabido arrogarse cierta superioridad de talento, y yo diría de ilustración que, por faltarle a las mujeres, parecen estas sus inferiores”.
     
EL SEXO

 Sexo en el matrimonio

       El matrimonio representaba un mecanismo de control para la moralidad, se presentaba como el mejor antídoto para el “Amor Ilícito”, la vida matrimonial procuro un remedio contra “el fuego de la carne”, en el las relaciones sexuales tenían lugar en circunstancias controladas, de una manera licita y, sobre todo, con un propósito racional a la procuración de los hijos. La iglesia adopta e instituye el matrimonio a condición de que sirva para disciplinar la sexualidad, para luchar eficazmente contra la fornicación.
      El clérigo de la Reforma, Calvino, había definido el matrimonio como una “medicina” y de “hacer uso del sexo para evitar el pecado”.
      Por tanto, las relaciones sexuales solo se concebían en el marco del matrimonio y con la única finalidad de la procreación, de ahí que se den una serie de normas a las mujeres para realizar el acto sexual con sus maridos, todas ellas encaminadas a “huir de la lujuria”.
       En ese terreno la iglesia vuelve a tomar la iniciativa tratando de regular la intimidad marital, la imposición de una conducta determinada viene precedida por el miedo. Si se abandonasen esperando algún placer de su unión pasarían a estar mancillados, ya que transgreden la ley del matrimonio, pero aun cuando hayan permanecido fríos como el mármol deberían purificarse si quieren volver a aproximarse a los sacramentos.
       Partiendo de la necesidad tanto d hombres como de mujeres del contacto sexual (“los unos por su vigor y las otras guiadas por la lascivia”) se estipula que estos deben ser libres para realizarlo, pero se van imponiendo una serie de reglas para controlarlo, solo debe ocurrir en el lugar adecuado, en el momento oportuno y en la forma correcta.
      Los manuales de confesión y guías matrimoniales se encargan de orientar acerca de la forma correcta de realizar el acto sexual. Se hace nuevamente hincapié en la única finalidad que puede conducir la expresión de la sexualidad entre marido y mujer: la procreación.

“… las relaciones sexuales entre marido y mujer tienen que ser gobernadas mas por la razón que por la sensualidad y aquellos que practican el seco con cualquier otro propósito que el de la procreación, como el apetito y vano contentamiento, son culpables de un pecado muy grave. Si un hombre quiere relacionarse con su mujer solo por sensualidad y no para procrear ella tiene el derecho de negarse a obedecerlo. Además si él la amenaza e intenta forzarla, ella tiene la obligación de resistirse, incluso hasta la muerte…”1

      Que la procreación era la única justificación para mantener relaciones sexuales era un hecho compartido también por la ciencia médica el médico Bernard de Gordon proclamaba “El coito se permite solo para la procreación, en estas circunstancias cualquier miembro de la pareja podía reclamarlo como un derecho: era el “Debitum Coniugalem”, que mencionaban los moralistas.
      No obstante, las normas que regían el acto sexual eran bastante completas, no podían dar origen a equivocación alguna, tomemos como ejemplo las realizadas por Fray Cherubino de Siena:
   
 “… las relaciones sexuales estaban prohibidas los domingos, durante la cuaresma, el día en que tomaba comunión, durante la menstruación “que Dios le dio a las mujeres <para vuestra humillación>, en palabras del mismo autor), durante el embarazo y durante la lactancia…”2

      Estas restricciones daban lugar a unas relaciones matrimoniales muy reducidas, teniendo en cuenta que la vida adulta de las mujeres transcurría entre embarazos y lactancias sucesivas.
    También se oponían restricciones en la forma de llevar a cabo el acto sexual:

“…no debían hacerse muy frecuentemente, porque perjudica la salud, debía hacerse frente a frente, sin utilizar las manos o la boca, sin obscenidad o desnudez visible, sin violencia y sin insultos… se consideraba que la eyaculación fuera de la vagina era un pecado y la reconocía como un método anticonceptivo.. en cuanto al lugar estipula



1 Estas afirmaciones son extraídas de un libro publicado por Fray Vicente de Mexia, donde intenta convencer a los maridos que el orden de la naturaleza exigía que trataran a sus esposas como compañeras, no como esclavas.
2 King, M.: Mujeres renacentistas, La búsqueda de un espacio. Alianza Universidad, Madrid, 19993, pág. 64.


que se deben unir en tales partes generadoras, ordenadas por Dios para tal oficio, para engendrar, y si el acto se consuma utilizando otros órganos, siempre pecáis moralísimamente; y tanto tu mujer consintiente, como tu hombre paciente…”

        Este manual de comportamiento sexual para las parejas se trataba de imponer por media de la represión, el castigo, y el miedo, la amenaza del pecado, de arden en el fuego del infierno y por otro lado la advertencia de las concepciones con defectos, en este sentido Gregorio de Tours avisaba a sus oyentes que “los monstruos, los tullidos, todos los niños enclenques eran concebidos el domingo por la noche”.
         Aunque las normas eran prescritas para que fueran acatadas y cumplidas por ambos sexos, la responsabilidad del incumplimiento de las mismas recaía desproporcionadamente sobre las mujeres, ya que según los filósofos, teólogos, médicos y escritores, estas poseían un mayor apetito sexual. Las mujeres eran consideradas las seductoras y corruptoras del bienestar social.

El cuerpo de la mujer. La sexualidad femenina

    Estas ideas eran apoyadas por el discurso científico elaborado por la medicina, este no se transformaba en profundidad desde la Edad Media al siglo XIX, el conocimiento medico del cuerpo femenino permanece anclado entre un aristotelismo que reduce lo femenino a lo incompleto, y, por otro lado un galenismo que lo encierra en la inquietante especificidad del útero.
      En la medida en que la mujer estaba sometida al sexo, este debía ser estudiado, no obstante, estos tratados “científicos” van a estar marcados por las concepciones que de las mujeres se habían venido elaborando desde los libros de Aristóteles.

La menstruación

     Uno de los fenómenos naturales que mas llamo la atención de los científicos desde la antigüedad a nuestros días es la menstruación femenina, sobre ella se han elaborado numerosas teorías que tienen en común la relación de la mujer de la vida pública. Textos científicos y médicos griegos y romanos, suelen describir la menstruación como un acontecimiento misterioso, peligroso y contaminante. Los médicos varones cuyos escritos forman el influyente corpus hipocrático (Grecia, siglo IV a.C.) describen el menstruo como sangre que podía cagar a través del cuerpo y causar la tuberculosis si entraba en los pulmones. El Corpus supone que la menstruación era controlada por la luna y que todas las mujeres menstruaban en la misma época del mes, creencia perpetuada por Aristóteles.
       A la sangre menstrual se le atribuían todo tipo de poderes sobrenaturales. Aristóteles escribió que una mujer menstruante podía convertir un espejo limpio en “sanguinolento, como una nube”, pues la sangre menstrual pasaba a través de sus ojos hasta la superficie del espejo.
       Por su parte Plinio el viejo, autoridad romana del siglo I en historia natural, escribió que las mujeres menstruaban con mayor espesor cada tercer mes. También hizo persistir creencias populares sobre el fluido menstrual como por ejemplo que su contacto agria el vino nuevo (de ahí la creencia popular que las mujeres no pueden entrar en las bodegas por pican el vino), las cosechas que tocan se vuelven estériles, las semillas de los jardines se secan, los injertos se mueren, el filo del acero y el brillo del marfil se apagan los enjambres de abejas mueren, etc.
       Estas ideas negativas acerca de la menstruación femenina se fueron transmitiendo de una cultura a otra, así podemos encontrar en los escritos del primer cristianismo consideraciones similares a las anteriormente descritas. Los escritores cristianos paulatinamente afirmaron que el cuerpo de la mujer en su periodo –escribió San Jerónimo- lo que toca se vuelve impuro”. Algunas de las primeras congregaciones cristianas seguían la práctica hebrea de separar a los creyentes entre las mujeres y hombres. Hacia el siglo III las mujeres menstruantes no podían acercarse al altar. En el siglo VII habían sido resucitados todos los mitos sobre el poder destructor de la sangre menstruante podía evitar que un fruto madurarse y provocar la muerte de las plantas. El Papa Gregorio Magno “recomendó” a las mujeres que no acudiesen a la Iglesia mientras estuvieran menstruando.

     La menstruación era un castigo para la mujer, una consecuencia del pecado original, prueba de su impureza y de su peligro. Cuando a la mujer le llega el momento de dar a la luz, está obligada a confesarse y no solo porque los peligros del parto le podían provocar la muerte, sino porque todavía arrastra el pecado de la concepción.
       Casi siempre las obras de medicina ofrecen una visión negativa del sexo femenino; Los hombres griegos y romanos que escribieron sobre la ciencia y medicina                                                          tomaron al varón como modelo y consideraron a la mujer como una variante inferior “La mujer es como si fuera un varón deforme”, escribía Aristóteles, mientras que Galeno, el eminente medico del siglo II, sostenía que la mujer era un hombre vuelto a revés, “los ovarios eran testículos más pequeños, menos perfectos” y la carencia de perfección de la mujer comparada con el hombre, se explicaba por la necesidad de reproducirse la especia. Tanto en Grecia como en Roma el símbolo del órgano masculino erecto significaba buena suerte y se solía colocar ante los hogares y en los jardines, mientras que el símbolo de los genitales femeninos servía para identificar los burdeles.               
        El naturalista del Renacimiento es esclavo de una metodología, la observación sigue un derrotero analógico que tiene como punto de referencia el cuerpo masculino y los estudios previos de Aristóteles y Galeno.
        La creencia que las mujeres eran frías y húmedas, en tanto que los hombres eran calientes y secos procedía de Hipócrates; al igual que en Aristóteles frio se consideraba inferior. “La mujer es menos perfecta que el hombre- escribe Galeno en el siglo II-: porque es más fría”.
        La famosa teoría de los temperamentos siguió siendo utilizada hasta el siglo XVIII por el fundamento del pensamiento medico, a las mujeres se les atribuía un temperamento frio y húmedo, es lo que hace que s le otorgue una naturaleza frágil e inestable.
       Físicamente la mujer se define siempre en términos de oscuridad, debilidad, frialdad, húmeda. Según una tradición que partía de Hipócrates, el carácter de la mujer y su estado general estaban condicionados por el útero. Este dependía de dos fuerzas externas: la luna y la imaginación, e incrementaba las pasiones femeninas aunque también la compasión y el amor. Tradicionalmente “histeria” se había asociado etimológicamente con uterus.
        Apoyándose en este supuesto la disciplina medica ofrecía un retrato no solo físico, sino también un perfil psicológico de las mujeres, se las describe como débiles, coléricas, celosas y mentirosas, mientras que los hombres son valientes, razonables, ponderados, eficaces… la ciencia trata de demostrar que estas son características inherentes a la naturaleza de las mujeres y, por tanto, se ven impedidas para dedicarse a las letras o a la ciencia, aparecen inscritas en una imperfección congénita.
        De una manera u otra el discurso tanto moral como “científico” concluía con el matrimonio como única salida para aplacar tanto la conducta social como física de las mujeres.
       No obstante, durante el renacimiento se realizaron importantes investigaciones en el campo de la ginecología, que van en la línea de conseguir demostrar la igualdad física entre los sexos. La escuela de Padua puso las premisas para la superación de todas las dudas sobre la igualdad fisiológica que triunfara más tarde entrando en el siglo XIX.
       Sin embargo, los médicos, comadronas y parteras seguían triturando el cuerpo de la mujer, buscando justificaciones y garantías más en la teología y en la magia que en las investigaciones de laboratorio.
              

El embarazo

    Desde la antigüedad se consideraba al útero femenino como un “repulsivo animal dentro de un animal”, lo cual contribuyó a denigrar el cometido de las mujeres de convenir. En los escritos de Aristóteles y en el cuerpo hipocrático, se contemplaba a la mujer casi exclusivamente en su función reproductora y, sin embargo, su contribución a la reproducción se suele considerar mucho menos importante que la del hombre, cuyo “esperma fuerte” produciría a un niño y “esperma débil” una niña. La idea de que los hombres eran los principales responsables de la procreación reforzó la idea de la inferioridad innata de las mujeres. Platón empezaba su apartado sobre el “vientre errante” explicando que el hombre fue creado primero; la mujer fue el vástago de aquellos hombres que “fueron cobardes o llevaron malas vidas” y por tanto, eran símbolo de la degeneración de la raza humana. Una mujer era una mujer debido a su incapacidad para fabricar semen, incapacidad que según Aristóteles procedía de la frialdad de su naturaleza. El fluido menstrual era un semen deficiente. La mujer era un hombre deficiente, capaz de proveer solo la materia de un feto, al que el varón superior aportaba la forma y el alma.
     El parto fue considerado como una experiencia contaminante. Hacia finales del siglo VI, la tradición hebrea de que una mujer permanecía impura durante 33 días después del nacimiento de un hijo y 66 días después del nacimiento de una hija, se convirtió también en una práctica cristiana. Dio lugar a la ceremonia cristiana de la misa de parida. Un sacerdote purificaba con un rito a una mujer, una vez transcurrido el tiempo de contaminación por el parte y la contaminación mayor por haber dado a luz a una niña. Solo entonces la mujer podía volver a entrar en la Iglesia y participar otra vez como miembro de la congregación.
     No obstante, la capacidad reproductora de la mujer fue una de las cosas más valoradas por la sociedad de los Tiempos Modernos. El número de hijos que una mujer alumbraba y concebía dependía de su susceptibilidad a las enfermedades y de la relativa facilidad o dificultad en los partos.
     Los años fértiles de las mujeres de las familias más ricas son los más documentados. Estas mujeres daban a luz aproximadamente cada dos años.
      Para generar tantos descendientes las mujeres de la elite empezaban a dar a luz muy jóvenes y, si sobrevivían, continuaban haciéndolo hasta los cuarenta años. Las dificultades en los partes eran abundantes, de tal manera que las mujeres solían hacer testamento ante su primer embarazo.
       Aunque la riqueza no aseguraba la supervivencia de la madre influía en las posibilidades del niño, cuanto más pobre era la familia, menos probable era una familia numerosa, incluso entre los ricos, la mortalidad infantil era elevada.
       En el mundo campesino se favorecía y valoraba a la esposa que podía dar a luz hijos sanos. Las campesinas elaboraban pociones de hierbas como la matriarca, con la esperanza de que la hicieran fértil. Una vez embarazada podían tener privilegios especiales.
       Los demógrafos estimaban que incluso gozando de buena salud y un embarazo fácil, las severas condiciones de vida de las mujeres campesinas provocaban abortos espontáneos una tercera parte de las veces.
   Las mujeres tenían mucho miedo a los partos. Se consideraba algo como terrible, el castigo que Dios le había impuesto a Eva por su actitud en el paraíso. Para muchas mujeres un parto cruel significaba la muerte. Las madres que sobrevivían a los partes, a menudo lo hacían para ver morir a los hijos. Las epidemias, la mala alimentación, la inmundicia, etc. Eran causas de mortalidad infantil.
    En los siglos XVII y XVIII, en los pueblos ingleses y franceses, los registros de nacimientos demuestran que abril, mayo y junio eran los meses mejores para la concepción y un embarazo exitoso. Entonces la madre se enfrentaría a trabajos más arduos durante los primeros meses y mas comida de la necesaria en los últimos meses para criar al feto.
      Si podía la mujer amamantaría al niño, la leche materna aumentaba las posibilidades de supervivencia de los niños, las madres los detestaban gradualmente entre el primer y el tercer año de su vida. Preferían criarlos ellas porque así retrasaba la concepción.
      Durante el Antiguo Régimen era frecuente entre las clases acomodadas el uso de nodrizas para amamantar los recién nacidos, se solían escoger entre las campesinas jóvenes y bien dotadas para estos menesteres, entendiendo que de esta manera los niños estaría bien cuidados.
      Los padres guiados por siglos de literatura pediátrica, tenían en cuenta la edad, saludad y carácter (se creía que este último se transmitía por la leche) de la candidata, así como el tamaño de sus pechos y la consistencia del producto. La leche era susceptible de contaminarse o degenerar a causa de la alimentación o un aire un adecuado, de un exceso de preocupaciones, de la lujuria y, en especial del embarazo, de ahí que si la nodriza se quedaba embarazada se le quitaba el niño inmediatamente. La ocupación de nodriza era una de las más habituales entre las mujeres procedentes de zonas rurales. La mayoría de estas mujeres estaban casadas y los arreglos para contratarlas era frecuentemente un asunto entre el padre de la criatura y el marido de la nodriza (balio). El contrato entre el padre y la nodriza o su balio se parecía en todos los aspectos a uno comercial. Sus sueldos podían ser altos ya que las nodrizas en la sociedad europea solo lactaban por dinero.
     El índice de mortalidad de los niños en manos de nodrizas era elevado, las causas de muerte podía ser: desnutrición, abandono y enfermedad.
    El siglo XVIII presencio la proliferación de alegatos en defensa de la lactancia materna en las obras de los médicos. Mas allá de un cambio de habito en la alimentación infantil, lo que estos autores pretendían era persuadir a la sociedad de la urgencia de preservar la vida de los lactantes y empujar a las madres, sobre todo a las acomodadas, a dedicarse intensamente al cuidado de sus hijos, abandonando a favor del reducto domestico otras actividades mundanas.
     En este sentido se argumentas las desventajas que para el cuidado de los niños tiene el empleo de nodrizas en los años de amamantamiento de los mismo. Se decía que las nodrizas ponían en peligro la vida y la salud de los recién nacidos no exclusivamente a través de la leche, sino también a causa de su ignorancia, irracionalidad, pobreza e interés por el beneficio económico, que la hacen incurrir en prácticas tan nocivas como el denostado fajado, el suministro de papillas u otros alimentos insalubres, la negligencia en la vigilancia o la costumbre de acostar al lactante en su misma cama. 
       Mediante estos argumentos de los que se trataba era de implicar más a las mujeres en el cuidado de los hijos, desde su concepción a su educación. Es una preocupación de médicos y moralistas inculcar normas de vida sana a las embarazadas a fin de reducir el número de abortos debidos a la negligencia. Se defendía que las mujeres una vez conocido su estado de gestación debían estar dispuestas a llevar un determinado tipo de vida:
“Luego que una mujer siente indicios de estar embarazada, deben en primer lugar pensar seriamente en la obligación estrechísima que tiene de atender con particular cuidado a su salud, pues de esta depende no solo su vida corporal, sino también la corporal y espiritual del infante que ha concebido”  

          Las recomendaciones de llevar una vida sana parecen que van más dirigidas a las mujeres acomodadas, se dirigen ataques contra los hábitos nocivos para la salud, identificados con las modas que comprimen el cuerpo, los bailes y paseos excesivos. El ideal propuesto es una vida retirada, animada por diversiones moderadas.
        En esta línea de preocupación por la maternidad se va a continuar en los manuales de medicina del siglo XIX. Se hace hincapié en la necesidad de que las mujeres tienen que prepararse para ser madres de fuertes y buenos ciudadanos. Para este papel se las ha de educar, para esta función se las ha de instruir y preparar físicamente. La dimensión de utilidad política y social de la maternidad adquiere una especial relevancia en este periodo.
         Se recomienda transmitir a las mujeres conocimientos higiénicos básicos que proporcionen a ellas y sus familias mayores garantías de salud. La instrucción higiénica, en la mentalidad del momento, es algo que debe transmitirse solo a las mujeres; la higiene como valor educativo se considera fundamentalmente femenino.
      El objetivo primordial que señalan estos médicos en sus discursos es favorecer el crecimiento de mujeres sanas, trabajadoras y conscientes de su deber personal y social, es decir, el deber de la maternidad; “ser de quien depende la obra providencial de la conservación de la espcie”.
      
Sexo fuera del matrimonio.

       Pero a pesar de los abundantes preceptos, lo detallado de las normas de comportamiento que hemos podido observar con anterioridad y de los castigos inherentes a quebrantar las reglas, podemos intuir que tanto hombres como mujeres se salían de las reglas establecidas. La sexualidad se manifestaba fuera de los cánones que la sociedad de esta etapa de transición marcaba.
       Podemos constatar que existía sexo extramatrimonial, desobedeciendo así el  más importante de los preceptos, las relaciones prematrimoniales están constadas en toda Europa, siendo más fáciles de llevar a cabo cuanto más descendemos en la escala social. Cuando el acuerdo matrimonial se parecía más a un arreglo económico más se cuidaba la castidad de la parte femenina, ya que el contrato imponía este requisito para poderse llevar a efecto, así una costumbre extendida entre la aristocracia europea era apartar a la joven, una vez prometida de la vida pública recluyéndola en un convento hasta el momento de celebración de los esponsales.
        Evidentemente no era reciproco el comportamiento masculino este podía hacer uso de su sexualidad, utilizando para ello los burdeles como la vía licita para saciar sus apetitos sexuales antes del matrimonio.
     Existí por tanto, una sexualidad no autorizada, que, no obstante, se realizaba, y había que perseguirla. La primera de las infracciones seria la fornicación entre individuos no casados, el segundo grado del pecado sexual era el adulterio, el adulterio simple implicaba una persona casada, el adulterio doble implicaba a los dos. El incesto también consideraba una forma de adulterio, lo mismo que seducir una monja, “novia de Cristo”.

El adulterio:

   El adulterio se convierte en una de las formas del sexo fuera del matrimonio que más se persiguen desde todas las culturas y sociedades.
     Desde las más tempranas culturas se puso de manifiesto que una esposa debía ser casta. Igual que cuando una hija perdía la virginidad deshonrada al padre, una mujer infiel deshonraba al marido.
      El adulterio era básicamente un crimen femenino. Las culturas de la antigüedad poseían leyes para castigar la infidelidad femenina, en cambio los hombres solo cometían adulterio si iban con mujeres ya casadas, no con otra mujer. 
       Los castigos no eran equiparables entre los que cometían el agravio. Las mujeres llevaron la peor parte, en la medida en que aquellas que practicaban el sexo fuera el matrimonio  ponían en peligro la descendencia ordenada, estas fueron penalizadas mas gravosamente que los hombres, mientras a estos se les imponían multas, a ellas se les consideraba prostitutas y la ley estipulaba que el marido agraviado podía ejecutar a su esposa y al amante de esta es una plaza pública.
       Según la legalidad el adulterio de la esposa no asume la misma responsabilidad moral que el adulterio del marido. La infidelidad de la esposa es más grave porque anula la certeza de la procreación.
       Contra este régimen de matrimonio se alzaron voces de humanistas como Erasmo, Castiglioni, Ariosto…, Milton llegara a sus últimas consecuencias al proponer la institución del divorcio, basado en el deseo de una futura igualdad jurídica.
   La fidelidad de la esposa era exaltada por las fabulas, historias que dan enseñanzas de cómo debe ser el comportamiento femenino en estas circunstancia, en todo el momento debe prevalecer la honestidad de la mujer y antes cualquier tipo de acoso debe defender su virtud hasta con la muerte.
       En esta materia, no solo la ley escrita dictaba las formulas de control de la mujer, existían una serie de costumbres que se encargaban a enjuiciar y castigar a aquellas mujeres que no cumplían con las normas establecidas. Rituales como la colocación de los “mayos”, en Francia, homenajes florares que los jóvenes colocaban en las casas de las muchachas casaderas la noche del 30 de abril, pero también manifestaban el juicio que les merecían tales muchachas, de hecho existía todo un código realizado con plantas que ponía de manifiesto la opinión que le merecía a los hombres del pueblo la conducta de las jóvenes; el vestido, el lenguaje, y, sobre todo, la forma de resistir a los galanteos.
    Las cencerradas son otra de las manifestaciones de reprobación por parte de los hombres del pueblo estas se dedicaban a aquellas bodas que contravenían las normas establecidas por las conciencias populares, motivo de cencerrada puede ser una diferencia de edad demasiado considerable, o una flagrante desigualdad de rango social o incluso que el esposo pertenezca a la categoría de “forastero”.
         El caso del marido dominado y golpeado por su mujer, desencadenada el castigo público mas ostentoso; el paseo en asno. Para que tengan lugar el desacuerdo conyugal ha de traspasar el ámbito de la casa; al salir a la calle o a la plaza se expone al juicio público.
     Otro tipo de infracción sexual seria la masturbación, la homosexualidad y la bestialidad, delitos todos contra natura ya que eran manifestaciones de la sexualidad que claramente no iban encaminadas a la reproducción sino a la obtención del placer. La posibilidad del lesbianismo no preocupaba, ya que veían a las mujeres sexualmente dependientes de los hombres.
      Dentro de las relaciones que surgen al margen de la ley se encuentra el amancebamiento este en algunas ocasiones viene determinado por la búsqueda de protección económica por parte de la mujer. Este se da entre un hombre casado y mujer “doncella soltera”. Este, cuando se descubría, se penalizaba económicamente, la multa para quien tuviera manceba consistía en un quinto de los bienes propios hasta la cuantía de diez mil maravedís y dárselo a su mujer legitima. También cabía el arrepentimiento, con lo que se devolvía los bienes si “probare vivir honestamente en todo el año”.
         La educación que se impartían a hombres y mujeres hacia que se manifestaran de forma diferente el sexo extraconyugal, la vergüenza movía mucho más a las mujeres a interiorizar las restricciones de género que el honor a los hombres a restringir su propia sexualidad, de hecho el orgullo masculino pudo animar a algunos hombres a jactarse de sus aventuras sexuales. Las subculturas femeninas parecían recordar a las mujeres que fueran discretas.
  
El Amor

       En la actualidad, en la sociedad occidental, el amor es uno de los elementos para que la relación entre un hombre y una mujer sea plenamente reconocida, Pero para los teóricos de finales de la Edad media (Siglos  XI y XII) el amor no es un dato a tener en cuenta en la concertación de un matrimonio.
        La falta de amor no era razón suficiente para deshacer un matrimonio, ni el amor por si solo servía para que una unión se considerara valida; los hijos y la fidelidad constituían lo esencial del sacramento matrimonial. El amor constituía un don agradable que la providencia y el esfuerzo realizado en la convivencia diaria concedía, y no un presupuesto esencial para la buena marcha del matrimonio.
       El refranero abunda en estos temas; “no hay que atar tan gran carga (matrimonio) con tan ligeros nudos (amor), o bien “el amor desana las gentes y ciega las mentes”.
      El Amor en la Edad Media solo se entendía dirigido hacia Dios, las mujeres aunque se entregaran a los hombres en la tierra debían seguir fieles al amor de Dios.
     Estas consideraciones acerca del amor conyugal van a seguir vigentes durante la etapa moderna, donde se insistía que las mujeres debían amar a Dios y a Cristo como “esposo”,  a la Virgen María y a su madre y a sus padres terrenales y a la “Santa Madre Iglesia”… este era el único amor que la salvaría del pecado y la entregaría a la obediencia y la mansedumbre.
      Incluso se le avisa de los peligros de enamorarse de sus maridos, se parte de la concepción que las mujeres son particularmente propensas a enamorarse y dejar que el amor se apodere de sus vidas, que es lo mismo que arrojarse a un calabozo, se concluye sentenciando que las que se casan por amor “ siempre viven con penas y dolores”.
    El concepto de amor romántico se difunde gracias a la imprenta y a la extensión de la alfabetización en los siglos XVI y XVII, hasta que a mediados del siglo XVIII, terminan por encontrar su camino en la vida real.

El amor cortés:

    Pero los antecedentes de este amor romántico los podemos encontrar en lo que se denomino el amor cortés, este se sitúa fuera del matrimonio y entre la élite social. Se trataba de un juego de las cortes medievales eminentemente masculino donde las mujeres constituían un señuelo; cumple dos funciones, por un lado, eran ofrecidas hasta cierto punto por aquel que las posee y que lleva a cabo el juego, constituye el precio de una competición de un concurso permanente entre los jóvenes de la corte. Por otra parte las mujeres tienen la misión de educar a estos jóvenes, era requisito que la mujer estuviera vedada, que fuera casada, y mejor aun si era la esposa del dueño de la casa.
    En este juego solo podían participar los jóvenes, estaba prohibido a los casados, estos tenían la facilidad de acceso a otras mujeres, sin que mediara el cortejo previo, prueba de ello son los innumerables hijos bastardos que poblaban las cortes medievales.
    Este cortejo propio de las cortes medievales se equiparaba a los torneos en la formación de los jóvenes caballero, en este arriesgan la vida y el primero su cuerpo.
   Esta tradición del amor cortés perduro durante muchos siglos, pero con el paso del tiempo se desdibujaba la distinción entre el amor físico y el espiritual.
    El cortejo se siguió practicando en las cortes europeas de la Edad Moderna. En un ambiente mucho más relajado, lujoso y sensual que el de las cortes medievales, las relaciones entre los sexos se fue convirtiendo no solo en un juego para hombres, sino también en la posibilidad de relaciones extramatrimoniales para las mujeres de la aristocracia europea.
    Se seguían manteniendo algunas pautas de épocas pasadas como podía ser el ambiente social en el que tenía lugar, la obligatoriedad de emparejas a mujeres casadas con jóvenes solteros, entre otras, pero parece que la evolución del amor cortes fue acorde con de los palacios de las monarquías absolutas europeas. La consecuencias mas inmediata de este comportamiento más relajado en moral femenina fue el desprestigio de la institución matrimonial, para muchos solteros resultaba atractivo y honroso el titulo de cortejo.
   Si estas relaciones no terminaban en el matrimonio, desembocaban en actitudes adulteras. Se permitía este fin porque se consideraba que el verdadero amor no era compatible con el matrimonio, dado que los amantes deben entregarse sin estar coaccionados por diferentes tipos de obligaciones.
   Sin embargo, a esta época de disipación que alcanzo su punto álgido en el siglo XVIII coincidiendo con el esplendor de las cortes europeas bajo el despotismo ilustrado, se le fue poniendo freno paulatinamente, porque a esta sociedad cada vez mas inserta en el entramado de la economía capitalista necesitaba de la familia y del matrimonio como institución solida que transmitiera los valores de sumisión y fidelidad de las mujeres, única forma de mantener intacto y protegido el linaje y el patrimonio.
   Se vincula a la dama a la castidad, al sexo meramente procreador del matrimonio político, lo mismo que su pesado y costoso traje vino a ocultar y constreñir su cuerpo, mientras mostraba la noble apostura de su marido. De hecho, la persona de la mujer llego a tener tan poca importancia para la relación amorosa, que puede dudarse de si era capaz de amar en absoluto.
   El amor renacentista refleja también la condición real de dependencia que sufrieron las mujeres de la nobleza con el surgimiento del Estado.
   En definitiva, podemos decir que durante el tránsito a la modernidad perduran dos estereotipos de conducta sexual. Una relación moderada y generalmente sin amor, que tiene como una finalidad el conseguir descendencia y continuar el linaje, mientras que las relaciones extramatrimoniales proporcionaban un escenario tanto para el amor sentimental como para el placer sexual. En las clases bajas eran más fácilmente compatibilizable el amor y el sexo dentro del matrimonio, ya que la costumbre del noviazgo proporcionaba un tiempo para conocerse y había una mayor libertad para decidir la unión.
   Sin embargo, a lo largo del siglo XVIII se va a ir produciendo un cambio de concepción en el modelo de relaciones conyugales, tratando de integrar el componente afectivo y la mutua atracción sexual, con lo cual se están sentado las bases para el modelo de matrimonio que ha imperado en los últimos tiempos en las sociedades occidentales donde se trata al menos de lo que se puede, de instituir una relación basada en el amor y la tracción sexual.
Una nueva división entre la vida pública y la privada se dejo de sentir a medida que el Estado vino a organizar la sociedad renacentista, y con esta división hizo su Aparición la relación moderna entre los sexos, incluso entre la nobleza. También las mujeres de la nobleza fueron eliminadas progresivamente de los asuntos públicos y si bien no desaparecieron en el terreno privado de la familia y los quehaceres domésticos de modo tan completo como sus hermanas de la burguesía-patricia, su pérdida de poder público les hizo experimentar nuevas coacciones en sus vidas personales y sociales. Las ideas renacentistas sobre el amor y sus costumbres expresaron esta nueva subordinación de las mujeres a los intereses de los maridos y a grupos parentescos dominados por los hombres, y sirvieron para justificar la eliminación de las mujeres de una posición “impropia para una dama”, de poder y de independencia erótica. Todos los profesos del renacimiento sirvieron para moldear a la mujer de la nobleza como un objeto estético; decoroso, casto y doblemente dependiente, de su marido y del príncipe.
 A lo largo del siglo XIX tiene lugar una transformación profunda del sentimiento amoroso entre hombres y mujeres. Se dice que “el amor absorbe toda la existencia de la mujer, y que no es un mal cuya desaparición hemos de procurar: es, por el contrario, un sentimiento natural, una necesidad imperiosa del corazón que no es posible extinguir sin graves prejuicios”, esto aparece en los manuales de medicina de la segunda mitad del siglo XIX, en ellos se anima a no censurar las primeras manifestaciones y a evitar que las disimulen. Pero, al mismo tiempo añaden, que como el exceso de sus manifestaciones puede producir efectos no deseados, se señala como efecto terapéutico la necesidad de proporcionar a la mujer ocupaciones continuas.
 Por tanto, aunque se empieza a tomar en cuenta el amor como un componente importante en la vida de las mujeres, se sigue pensando que a ellas les afecta sobremanera, por tanto hay que protegerlas  para que puedan usarlo correctamente.

El honor

El honor de la familia recaía en las mujeres de la misma, eran ellas las que debían salvaguardarlo, porque un humillación en la parte femenina de las familias suponía la pérdida del honor de los hombres de la misma.
Las mujeres debían ser castas y puras, conservarse de esta manera hasta su llegada al matrimonio, ya que en los contratos matrimoniales uno de los objetos que se hallan en trato será las virtudes y honras femeninas.
La castidad femenina fue considerada por la sociedad del Antiguo Régimen como uno de los requisitos más importantes para las mujeres, la castidad facultaba a todas las mujeres que quisieran adoptar el voto de castidad, a hacerse monjas independientemente de su nivel económico.
Durante mucho tiempo se alabo la castidad como el estado más alto para un cristiano, con lo cual aquellas que profesaban en los conventos eran consideradas como símbolos de pureza.
Pero aquellas que no llevaban la castidad gasta sus últimas consecuencias ingresando en un convento, la preservación de la misma les garantizaba obtener futuros esposos de su propio linaje, la legitimidad de sus herederos y la reputación de su familia. En este sentido la protección de la castidad era un de las ocupaciones más importantes de las hijas del Renacimiento. Su honor consistía en mantener la castidad; el de los padres consistía en supervisar la castidad de sus hijas y esposas.
Si las hijas eran manchadas antes del matrimonio, los padres solían reclamar una compensación directamente o en corte al responsable.
El honor de la ciudad, así como el de una familia podía arruinarse con una violación. La violación en tiempos de guerra, prohibidas por las costumbres de la época, agravaba la humillación de los derrotados.
La violación de la virginidad y la pérdida del honor podían reparase, si no recuperarse, mediante el matrimonio obtenido a través de la presión moral y legal o de pagos en dinero. Muchas ciudades italianas crearon instituciones para penitentes “perdidas” en las que mediante el trabajo y la beneficencia, podían aspirar al matrimonio y reingresas en la vida social urbana.


***La herencia. Abortos e infanticidios. Casadas, solteras y viudas. Violencia contra las mujeres. Estructuras de parentesco. Lo privado contra la costumbre. El honor y el secreto.

++++. La cruzada contra el cuerpo femenino se continuo desarrollando durante el Renacimiento, los hombres de la iglesia confirmaron su idea de que el atuendo debía cubrir un cuerpo sin libertad, porque había que respetarlo como templo del Espíritu Santo, comprimirlo como fuente de perversión. La idea que también el vestido unificara a todas las mujeres, crucificadas ante el mundo, como la iconografía de la monja, y se llegara a hablar de la teología del hábito.
La idea de considerar a la iglesia contraria al baile, a la diversión y al goce corporal, es antigua. En el Renacimiento en la Contrarreforma, la Iglesia despliega nueva fuerza en su lucha. El baile, afirma, es hijo de la concupiscencia y origina erotismo y seducción.

Al cuerpo de la mujer, sustraído al encanto y aun acercamiento natural, se le atribuyeron funciones y destinos impropios y excesivos. Y, por lo tanto, se convirtió en lugar de violencia, de curiosidad morbosa y de negación hipócrita. La historia de la histeria femenina, del sadismo misógino de las deviaciones sexuales masculinas tienen su mejor cuente en la compleja cultura de la inferioridad fisiológica de las mujeres.