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Para la materia del Dr. Reinaldo Rojas
Apuntes de clase del Dr. Juan Manuel Santana (I)
AMOR
Por una parte, la monogamia era la
única relación heterosexual autorizada desde la Edad Media. Por otra, toda una
variada gama de actitudes y costumbre pervivían todavía con fuerza y pugnaba
para mantenerse vigentes.
Los hombres y mujeres de los siglos
XVI y XVII se debatían entre los dictados de la ley y la religión, y sus
propias tendencias o puntos de vista. La realidad social no tenía demasiado que
ver con la teoría que trataban de imponer la Iglesia y el Estado, porque
todavía estamos muy lejos de la sociedad puritana de siglos posteriores.
El matrimonio se había convertido en
un sacramento para la Iglesia desde el siglo XII, pero las leyes de la Corona
vigilaban también para que se cumpliera su indisolubilidad y se respetara la
opinión de las padres de la Iglesia. Sin embargo, los matrimonios secretos y
sin la debida autorización dieron lugar a numerosos escándalos, por lo que el
Concilio de Trento decidió que debían tener lugar en público y quedar registrados
en la parroquia.
Los padres de la Iglesia consideraban
pecaminosa cualquier relación sexual al margen del matrimonio, y la
heterosexualidad era, por supuesto, la única fórmula posible, puesto que la
procreación era la justificación fundamental para la comunicación entre hombres
y mujeres. A partir del siglo XIII, y gracias a la influencia de Tomas Aquino,
el elogio de la castidad será otro elemento importante.
Según la Summa Theologica, la castidad
total es superior a cualquier otro estado puesto que es el mejor camino para la perfección y la relación con Dios. Después
de la reforma, la Iglesia romana seguirá defendiendo los postulados de Tomas de
Aquino e imponiendo el celibato de los sacerdotes. La castidad, sin embargo, es
también una conducta obligada para todos los católicos y puede observarse,
incluso, en el seno del matrimonio.
La sociedad estaba lejos de aceptar y
cumplir los dictados de la Iglesia, apoyados por la Corona.
Los hombres (la existencia del mito de
Don Juan, sin una contrapartida femenina, es una prueba elemental) se tomaba
con mayor ligereza sus obligaciones religiosas. Desde Carlos I a Carlos II
apenas hubo un rey que se privara del trato con una o varias amantes, y el
resto de la nobleza no era un excepción. El adulterio femenino estaba duramente
castigado y no era extraño que los maridos ofendidos se tomaran la justicia por
su mano. Los varones podían disfrutar de una floreciente prostitución que solo
fue prohibida, sin mucho éxito, por una Real Pragmática en 1623. Las mancebías
Madrid, Sevilla y Valencia llamaban la atención en los viajeros extranjeros por
su buen funcionamiento.
La corona toleraba la existencia de
prostíbulos libremente abiertos al público. Esta actitud pudo dar lugar a la afirmación,
muy extendida entre los varones, de que fornicar con mujer pública no constituía un pecado mortal,
puesto que la ley y el rey lo permitían. La tolerancia de las mancebías es una
flagrante contradicción para una Corona que se manifestaba tan vigilante
respecto a las costumbres dictadas por la Iglesia.
La mayor parte de los fornicadores del
siglo XVI llegaron hasta el tribunal de la inquisición acusados de afirmar que
tener relaciones sexuales con una mujer pública no era pecado.
Respecto a las mujeres, en unos casos
defienden el derecho de los hombres a satisfacer sus pasiones por razones
físicas, pero no faltan las que se atreven a hablar abiertamente de su propia
sexualidad.
El libro que pretendió fijar la imagen
de la mujer fue La perfecta casada de Fray Luis León, que ensalza la reclusión
de la mujer y ataca el ocio femenino poniendo el canteo en la satisfacción y
places que debe experimenta una mujer casada siendo madre virtuosa, moderada en
su adorno personas y buena administradora de la hacienda. Las mujeres casadas
venían a colaborar con los hombres en la formación de nuevas mujeres obedientes
y sumisas, reanudando un quehacer circular, donde los modelos de conducta se
reproducían idénticos de una generación a otra.
La
novedad del siglo XVIII fue la puesta en cuestión del recato femenino, Durante
este siglo las mujeres de la alta sociedad reaccionaron contra la imagen de la
esposa-buena-administradora e inician una política de gasto. El valor que van
cobrando en la época de las joyas, los vestidos, los adornos son una prueba
inequívoca de la reacción frente a lo anterior, En este contexto se va abriendo
paso a la moda del cortejo (se trata de una especie de adulterio galante; nace
unido a la noción de conversación argumento esgrimido por sus defensores frente
a las sospechas de inmoralidad) que viene a alterar las relaciones
hombre-mujer.
Los hombres casados comienzan a
admitir que sus mujeres tengan cortejo so pena de ser tachados de provincianos,
plebeyos e inciviles. Con ello la idea del honor, tan arraigada en la España
del Siglo de Pro, empieza a ser desplazada. Y además, el cortejo permite a los
maridos compartir con otros hombres los enormes gastos que el adorno, los
bailes y el vestido conllevan.
Las relaciones amorosas van tomando
caracteres diferentes a alas de los tiempos anteriores. Ahora se va imponiendo
el amor como cosa galante, como juego, como frivolidad, amén de artículo
consumo, alejándose el cortejo de su inicial significado de conversación.
Las reacciones frente a esa moda
vienen de dos ángulos contrarios. Uno, el de los enemigos de la frivolidad que
no ejercen sus criticas desde posiciones puritanas, ni desde la defensa de la
sociedad tradicional, sino que dejan de entrever atisbos de ciertas
reivindicaciones feministas. Otro, el de los que se oponen a esa costumbres
como extranjerizantes y afrancesadas, oponiendo el majismo que tiene algo que
ver con chulería, virilidad, descaro en el mirar y en el comportarse. Esta moda
comienza a ser recogida a principios de siglo por algunos sectores de la
nobleza que la copian del pueblo.
Uno de los aspectos que preocupaba a
este segundo sector, con notable influencia social era el desprestigio que iba
adquiriendo la nobleza: su corrupción, lujo, frivolidad… Ello ponía en
evidencia cada vez más las desigualdades entre las clases: lo que podía hacer
vacilar la fe ciega, y la religiosidad sobre las que se había asentado la
Iglesia católica española.
Los matrimonios por amor no se
estilaban. La necesidad de guardar las formas es cada día menor. Se va
sustituyendo el recato por el despejo, y el cortejo tiende a convertirse en
adulterio.
Comienzan a aparecer opiniones que
califican de “tiranía de las leyes” la indisolubilidad del matrimonio. Cabarrus
director del Banco de San Carlos en tiempos de Carlos IV, osa defender el
divorcio en público.
La disminución del número de
matrimonios es notoria. Ello comienza a preocupar a algunos que hablan de
corrupción de las costumbres, responsabilizan a las mujeres “por su desmedido
afán de lujo” y a la pérdida del sentido del honor y de los celos (Felipe V, en
1716, había promulgado una pragmática, reiterada en 1757 por Fernando VI,
prohibiendo los duelos y los desafíos).
Los textos de esta época nos dan una
idea de cómo en este contexto la smujeres habían aprendido a manejar el arma de
su pretendida debilidad. Bastaban unos pocos halagos y necedades de manual para
conquistar de aquellas “atontadas mariposas”. Ellas, por su parte, estaban
dispuestas a hacer esclavo de sus humores, de sus exigencias y de sus jaquecas
al arrogante conquistador.
En 1637. María de Zayas y Sotomayor,
precursora en España de rebeldías feministas, clamaba contra la injusticia de
que no se diera estudios a las mujeres “único origen de sus pretendidas
diferencias con los varones”.
La rebeldía femenina, ante la evidencia
de su condición pasiva, era refrendada, sofocada por una sociedad que no
toleraba la instrucción de las mujeres, pues sus diversiones (ya que estaban
destinada a ser regalo del hombre) debían ser las labores de aguja y las tareas
de parir y criar, vituperando hasta la saciedad a las mujeres bachilleras.
Frente a los denostadores de la
petimetra, vana, frívola mujer que se contraponía el modelo de la mujer
hacendosa y maternal, más que a la mujer Bachillera.
Josefa Amar Borbón es la primera autora
de esta época que habla así de la actitud de los hombres: “Como el mandar es
gustoso, han sabido arrogarse cierta superioridad de talento, y yo diría de
ilustración que, por faltarle a las mujeres, parecen estas sus inferiores”.
EL SEXO
Sexo en el matrimonio
El matrimonio representaba un mecanismo
de control para la moralidad, se presentaba como el mejor antídoto para el
“Amor Ilícito”, la vida matrimonial procuro un remedio contra “el fuego de la
carne”, en el las relaciones sexuales tenían lugar en circunstancias
controladas, de una manera licita y, sobre todo, con un propósito racional a la
procuración de los hijos. La iglesia adopta e instituye el matrimonio a
condición de que sirva para disciplinar la sexualidad, para luchar eficazmente
contra la fornicación.
El clérigo de la Reforma, Calvino, había
definido el matrimonio como una “medicina” y de “hacer uso del sexo para evitar
el pecado”.
Por tanto, las relaciones sexuales solo
se concebían en el marco del matrimonio y con la única finalidad de la
procreación, de ahí que se den una serie de normas a las mujeres para realizar
el acto sexual con sus maridos, todas ellas encaminadas a “huir de la lujuria”.
En ese terreno la iglesia vuelve a tomar
la iniciativa tratando de regular la intimidad marital, la imposición de una
conducta determinada viene precedida por el miedo. Si se abandonasen esperando
algún placer de su unión pasarían a estar mancillados, ya que transgreden la
ley del matrimonio, pero aun cuando hayan permanecido fríos como el mármol
deberían purificarse si quieren volver a aproximarse a los sacramentos.
Partiendo de la necesidad tanto d
hombres como de mujeres del contacto sexual (“los unos por su vigor y las otras
guiadas por la lascivia”) se estipula que estos deben ser libres para
realizarlo, pero se van imponiendo una serie de reglas para controlarlo, solo
debe ocurrir en el lugar adecuado, en el momento oportuno y en la forma
correcta.
Los manuales de confesión y guías
matrimoniales se encargan de orientar acerca de la forma correcta de realizar
el acto sexual. Se hace nuevamente hincapié en la única finalidad que puede
conducir la expresión de la sexualidad entre marido y mujer: la procreación.
“… las
relaciones sexuales entre marido y mujer tienen que ser gobernadas mas por la
razón que por la sensualidad y aquellos que practican el seco con cualquier
otro propósito que el de la procreación, como el apetito y vano contentamiento,
son culpables de un pecado muy grave. Si un hombre quiere relacionarse con su
mujer solo por sensualidad y no para procrear ella tiene el derecho de negarse
a obedecerlo. Además si él la amenaza e intenta forzarla, ella tiene la
obligación de resistirse, incluso hasta la muerte…”1
Que la procreación era la única justificación
para mantener relaciones sexuales era un hecho compartido también por la
ciencia médica el médico Bernard de Gordon proclamaba “El coito se permite solo
para la procreación, en estas circunstancias cualquier miembro de la pareja
podía reclamarlo como un derecho: era el “Debitum Coniugalem”, que mencionaban
los moralistas.
No obstante, las normas que regían el
acto sexual eran bastante completas, no podían dar origen a equivocación
alguna, tomemos como ejemplo las realizadas por Fray Cherubino de Siena:
“… las relaciones sexuales estaban prohibidas
los domingos, durante la cuaresma, el día en que tomaba comunión, durante la
menstruación “que Dios le dio a las mujeres <para vuestra humillación>,
en palabras del mismo autor), durante el embarazo y durante la lactancia…”2
Estas restricciones daban lugar a unas
relaciones matrimoniales muy reducidas, teniendo en cuenta que la vida adulta
de las mujeres transcurría entre embarazos y lactancias sucesivas.
También se oponían restricciones en la
forma de llevar a cabo el acto sexual:
“…no debían
hacerse muy frecuentemente, porque perjudica la salud, debía hacerse frente a
frente, sin utilizar las manos o la boca, sin obscenidad o desnudez visible,
sin violencia y sin insultos… se consideraba que la eyaculación fuera de la
vagina era un pecado y la reconocía como un método anticonceptivo.. en cuanto
al lugar estipula
1 Estas afirmaciones son
extraídas de un libro publicado por Fray Vicente de Mexia, donde intenta
convencer a los maridos que el orden de la naturaleza exigía que trataran a sus
esposas como compañeras, no como esclavas.
2 King, M.: Mujeres
renacentistas, La búsqueda de un espacio. Alianza Universidad, Madrid, 19993,
pág. 64.
que se deben
unir en tales partes generadoras, ordenadas por Dios para tal oficio, para
engendrar, y si el acto se consuma utilizando otros órganos, siempre pecáis
moralísimamente; y tanto tu mujer consintiente, como tu hombre paciente…”
Este manual de comportamiento sexual
para las parejas se trataba de imponer por media de la represión, el castigo, y
el miedo, la amenaza del pecado, de arden en el fuego del infierno y por otro
lado la advertencia de las concepciones con defectos, en este sentido Gregorio
de Tours avisaba a sus oyentes que “los monstruos, los tullidos, todos los
niños enclenques eran concebidos el domingo por la noche”.
Aunque las normas eran prescritas para
que fueran acatadas y cumplidas por ambos sexos, la responsabilidad del
incumplimiento de las mismas recaía desproporcionadamente sobre las mujeres, ya
que según los filósofos, teólogos, médicos y escritores, estas poseían un mayor
apetito sexual. Las mujeres eran consideradas las seductoras y corruptoras del
bienestar social.
El cuerpo de la mujer. La sexualidad femenina
Estas ideas eran apoyadas por el discurso
científico elaborado por la medicina, este no se transformaba en profundidad
desde la Edad Media al siglo XIX, el conocimiento medico del cuerpo femenino
permanece anclado entre un aristotelismo que reduce lo femenino a lo
incompleto, y, por otro lado un galenismo que lo encierra en la inquietante
especificidad del útero.
En la medida en que la mujer estaba
sometida al sexo, este debía ser estudiado, no obstante, estos tratados
“científicos” van a estar marcados por las concepciones que de las mujeres se
habían venido elaborando desde los libros de Aristóteles.
La menstruación
Uno de los fenómenos naturales que mas
llamo la atención de los científicos desde la antigüedad a nuestros días es la
menstruación femenina, sobre ella se han elaborado numerosas teorías que tienen
en común la relación de la mujer de la vida pública. Textos científicos y
médicos griegos y romanos, suelen describir la menstruación como un
acontecimiento misterioso, peligroso y contaminante. Los médicos varones cuyos
escritos forman el influyente corpus hipocrático (Grecia, siglo IV a.C.)
describen el menstruo como sangre que podía cagar a través del cuerpo y causar
la tuberculosis si entraba en los pulmones. El Corpus supone que la
menstruación era controlada por la luna y que todas las mujeres menstruaban en
la misma época del mes, creencia perpetuada por Aristóteles.
A la sangre menstrual se le atribuían
todo tipo de poderes sobrenaturales. Aristóteles escribió que una mujer
menstruante podía convertir un espejo limpio en “sanguinolento, como una nube”,
pues la sangre menstrual pasaba a través de sus ojos hasta la superficie del
espejo.
Por su parte Plinio el viejo, autoridad
romana del siglo I en historia natural, escribió que las mujeres menstruaban
con mayor espesor cada tercer mes. También hizo persistir creencias populares
sobre el fluido menstrual como por ejemplo que su contacto agria el vino nuevo
(de ahí la creencia popular que las mujeres no pueden entrar en las bodegas por
pican el vino), las cosechas que tocan se vuelven estériles, las semillas de
los jardines se secan, los injertos se mueren, el filo del acero y el brillo
del marfil se apagan los enjambres de abejas mueren, etc.
Estas ideas negativas acerca de la
menstruación femenina se fueron transmitiendo de una cultura a otra, así
podemos encontrar en los escritos del primer cristianismo consideraciones
similares a las anteriormente descritas. Los escritores cristianos
paulatinamente afirmaron que el cuerpo de la mujer en su periodo –escribió San
Jerónimo- lo que toca se vuelve impuro”. Algunas de las primeras congregaciones
cristianas seguían la práctica hebrea de separar a los creyentes entre las
mujeres y hombres. Hacia el siglo III las mujeres menstruantes no podían
acercarse al altar. En el siglo VII habían sido resucitados todos los mitos
sobre el poder destructor de la sangre menstruante podía evitar que un fruto
madurarse y provocar la muerte de las plantas. El Papa Gregorio Magno
“recomendó” a las mujeres que no acudiesen a la Iglesia mientras estuvieran
menstruando.
La menstruación era un castigo para la
mujer, una consecuencia del pecado original, prueba de su impureza y de su
peligro. Cuando a la mujer le llega el momento de dar a la luz, está obligada a
confesarse y no solo porque los peligros del parto le podían provocar la
muerte, sino porque todavía arrastra el pecado de la concepción.
Casi siempre las obras de medicina
ofrecen una visión negativa del sexo femenino; Los hombres griegos y romanos
que escribieron sobre la ciencia y medicina tomaron
al varón como modelo y consideraron a la mujer como una variante inferior “La
mujer es como si fuera un varón deforme”, escribía Aristóteles, mientras que
Galeno, el eminente medico del siglo II, sostenía que la mujer era un hombre
vuelto a revés, “los ovarios eran testículos más pequeños, menos perfectos” y
la carencia de perfección de la mujer comparada con el hombre, se explicaba por
la necesidad de reproducirse la especia. Tanto en Grecia como en Roma el símbolo
del órgano masculino erecto significaba buena suerte y se solía colocar ante
los hogares y en los jardines, mientras que el símbolo de los genitales
femeninos servía para identificar los burdeles.
El naturalista del Renacimiento es
esclavo de una metodología, la observación sigue un derrotero analógico que
tiene como punto de referencia el cuerpo masculino y los estudios previos de
Aristóteles y Galeno.
La creencia que las mujeres eran frías
y húmedas, en tanto que los hombres eran calientes y secos procedía de
Hipócrates; al igual que en Aristóteles frio se consideraba inferior. “La mujer
es menos perfecta que el hombre- escribe Galeno en el siglo II-: porque es más
fría”.
La famosa teoría de los temperamentos
siguió siendo utilizada hasta el siglo XVIII por el fundamento del pensamiento
medico, a las mujeres se les atribuía un temperamento frio y húmedo, es lo que
hace que s le otorgue una naturaleza frágil e inestable.
Físicamente la mujer se define siempre
en términos de oscuridad, debilidad, frialdad, húmeda. Según una tradición que
partía de Hipócrates, el carácter de la mujer y su estado general estaban
condicionados por el útero. Este dependía de dos fuerzas externas: la luna y la
imaginación, e incrementaba las pasiones femeninas aunque también la compasión
y el amor. Tradicionalmente “histeria” se había asociado etimológicamente con
uterus.
Apoyándose en este supuesto la
disciplina medica ofrecía un retrato no solo físico, sino también un perfil
psicológico de las mujeres, se las describe como débiles, coléricas, celosas y
mentirosas, mientras que los hombres son valientes, razonables, ponderados,
eficaces… la ciencia trata de demostrar que estas son características
inherentes a la naturaleza de las mujeres y, por tanto, se ven impedidas para
dedicarse a las letras o a la ciencia, aparecen inscritas en una imperfección
congénita.
De una manera u otra el discurso tanto
moral como “científico” concluía con el matrimonio como única salida para
aplacar tanto la conducta social como física de las mujeres.
No obstante, durante el renacimiento se
realizaron importantes investigaciones en el campo de la ginecología, que van
en la línea de conseguir demostrar la igualdad física entre los sexos. La
escuela de Padua puso las premisas para la superación de todas las dudas sobre
la igualdad fisiológica que triunfara más tarde entrando en el siglo XIX.
Sin embargo, los médicos, comadronas y
parteras seguían triturando el cuerpo de la mujer, buscando justificaciones y
garantías más en la teología y en la magia que en las investigaciones de
laboratorio.
El embarazo
Desde la antigüedad se consideraba al útero
femenino como un “repulsivo animal dentro de un animal”, lo cual contribuyó a
denigrar el cometido de las mujeres de convenir. En los escritos de Aristóteles
y en el cuerpo hipocrático, se contemplaba a la mujer casi exclusivamente en su
función reproductora y, sin embargo, su contribución a la reproducción se suele
considerar mucho menos importante que la del hombre, cuyo “esperma fuerte”
produciría a un niño y “esperma débil” una niña. La idea de que los hombres
eran los principales responsables de la procreación reforzó la idea de la
inferioridad innata de las mujeres. Platón empezaba su apartado sobre el
“vientre errante” explicando que el hombre fue creado primero; la mujer fue el
vástago de aquellos hombres que “fueron cobardes o llevaron malas vidas” y por
tanto, eran símbolo de la degeneración de la raza humana. Una mujer era una
mujer debido a su incapacidad para fabricar semen, incapacidad que según
Aristóteles procedía de la frialdad de su naturaleza. El fluido menstrual era
un semen deficiente. La mujer era un hombre deficiente, capaz de proveer solo
la materia de un feto, al que el varón superior aportaba la forma y el alma.
El parto fue considerado como una
experiencia contaminante. Hacia finales del siglo VI, la tradición hebrea de
que una mujer permanecía impura durante 33 días después del nacimiento de un
hijo y 66 días después del nacimiento de una hija, se convirtió también en una práctica
cristiana. Dio lugar a la ceremonia cristiana de la misa de parida. Un
sacerdote purificaba con un rito a una mujer, una vez transcurrido el tiempo de
contaminación por el parte y la contaminación mayor por haber dado a luz a una
niña. Solo entonces la mujer podía volver a entrar en la Iglesia y participar
otra vez como miembro de la congregación.
No obstante, la capacidad reproductora de
la mujer fue una de las cosas más valoradas por la sociedad de los Tiempos
Modernos. El número de hijos que una mujer alumbraba y concebía dependía de su
susceptibilidad a las enfermedades y de la relativa facilidad o dificultad en
los partos.
Los años fértiles de las mujeres de las
familias más ricas son los más documentados. Estas mujeres daban a luz
aproximadamente cada dos años.
Para generar tantos descendientes las
mujeres de la elite empezaban a dar a luz muy jóvenes y, si sobrevivían,
continuaban haciéndolo hasta los cuarenta años. Las dificultades en los partes
eran abundantes, de tal manera que las mujeres solían hacer testamento ante su
primer embarazo.
Aunque la riqueza no aseguraba la
supervivencia de la madre influía en las posibilidades del niño, cuanto más
pobre era la familia, menos probable era una familia numerosa, incluso entre
los ricos, la mortalidad infantil era elevada.
En el mundo campesino se favorecía y
valoraba a la esposa que podía dar a luz hijos sanos. Las campesinas elaboraban
pociones de hierbas como la matriarca, con la esperanza de que la hicieran
fértil. Una vez embarazada podían tener privilegios especiales.
Los demógrafos estimaban que incluso
gozando de buena salud y un embarazo fácil, las severas condiciones de vida de
las mujeres campesinas provocaban abortos espontáneos una tercera parte de las
veces.
Las mujeres tenían mucho miedo a los partos. Se consideraba algo como
terrible, el castigo que Dios le había impuesto a Eva por su actitud en el
paraíso. Para muchas mujeres un parto cruel significaba la muerte. Las madres
que sobrevivían a los partes, a menudo lo hacían para ver morir a los hijos.
Las epidemias, la mala alimentación, la inmundicia, etc. Eran causas de
mortalidad infantil.
En los siglos XVII y XVIII, en los pueblos
ingleses y franceses, los registros de nacimientos demuestran que abril, mayo y
junio eran los meses mejores para la concepción y un embarazo exitoso. Entonces
la madre se enfrentaría a trabajos más arduos durante los primeros meses y mas
comida de la necesaria en los últimos meses para criar al feto.
Si podía la mujer amamantaría al niño, la
leche materna aumentaba las posibilidades de supervivencia de los niños, las
madres los detestaban gradualmente entre el primer y el tercer año de su vida.
Preferían criarlos ellas porque así retrasaba la concepción.
Durante el Antiguo Régimen era frecuente
entre las clases acomodadas el uso de nodrizas para amamantar los recién
nacidos, se solían escoger entre las campesinas jóvenes y bien dotadas para
estos menesteres, entendiendo que de esta manera los niños estaría bien
cuidados.
Los padres guiados por siglos de
literatura pediátrica, tenían en cuenta la edad, saludad y carácter (se creía
que este último se transmitía por la leche) de la candidata, así como el tamaño
de sus pechos y la consistencia del producto. La leche era susceptible de
contaminarse o degenerar a causa de la alimentación o un aire un adecuado, de
un exceso de preocupaciones, de la lujuria y, en especial del embarazo, de ahí
que si la nodriza se quedaba embarazada se le quitaba el niño inmediatamente.
La ocupación de nodriza era una de las más habituales entre las mujeres
procedentes de zonas rurales. La mayoría de estas mujeres estaban casadas y los
arreglos para contratarlas era frecuentemente un asunto entre el padre de la
criatura y el marido de la nodriza (balio). El contrato entre el padre y la
nodriza o su balio se parecía en todos los aspectos a uno comercial. Sus
sueldos podían ser altos ya que las nodrizas en la sociedad europea solo
lactaban por dinero.
El índice de mortalidad de los niños en manos
de nodrizas era elevado, las causas de muerte podía ser: desnutrición, abandono
y enfermedad.
El siglo XVIII presencio la proliferación
de alegatos en defensa de la lactancia materna en las obras de los médicos. Mas
allá de un cambio de habito en la alimentación infantil, lo que estos autores
pretendían era persuadir a la sociedad de la urgencia de preservar la vida de
los lactantes y empujar a las madres, sobre todo a las acomodadas, a dedicarse
intensamente al cuidado de sus hijos, abandonando a favor del reducto domestico
otras actividades mundanas.
En este sentido se argumentas las
desventajas que para el cuidado de los niños tiene el empleo de nodrizas en los
años de amamantamiento de los mismo. Se decía que las nodrizas ponían en peligro
la vida y la salud de los recién nacidos no exclusivamente a través de la
leche, sino también a causa de su ignorancia, irracionalidad, pobreza e interés
por el beneficio económico, que la hacen incurrir en prácticas tan nocivas como
el denostado fajado, el suministro de papillas u otros alimentos insalubres, la
negligencia en la vigilancia o la costumbre de acostar al lactante en su misma
cama.
Mediante estos argumentos de los que se
trataba era de implicar más a las mujeres en el cuidado de los hijos, desde su
concepción a su educación. Es una preocupación de médicos y moralistas inculcar
normas de vida sana a las embarazadas a fin de reducir el número de abortos
debidos a la negligencia. Se defendía que las mujeres una vez conocido su
estado de gestación debían estar dispuestas a llevar un determinado tipo de
vida:
“Luego que una
mujer siente indicios de estar embarazada, deben en primer lugar pensar
seriamente en la obligación estrechísima que tiene de atender con particular
cuidado a su salud, pues de esta depende no solo su vida corporal, sino también
la corporal y espiritual del infante que ha concebido”
Las recomendaciones de llevar una vida
sana parecen que van más dirigidas a las mujeres acomodadas, se dirigen ataques
contra los hábitos nocivos para la salud, identificados con las modas que
comprimen el cuerpo, los bailes y paseos excesivos. El ideal propuesto es una
vida retirada, animada por diversiones moderadas.
En esta línea de preocupación por la
maternidad se va a continuar en los manuales de medicina del siglo XIX. Se hace
hincapié en la necesidad de que las mujeres tienen que prepararse para ser
madres de fuertes y buenos ciudadanos. Para este papel se las ha de educar,
para esta función se las ha de instruir y preparar físicamente. La dimensión de
utilidad política y social de la maternidad adquiere una especial relevancia en
este periodo.
Se recomienda transmitir a las mujeres
conocimientos higiénicos básicos que proporcionen a ellas y sus familias mayores
garantías de salud. La instrucción higiénica, en la mentalidad del momento, es
algo que debe transmitirse solo a las mujeres; la higiene como valor educativo
se considera fundamentalmente femenino.
El objetivo primordial que señalan estos
médicos en sus discursos es favorecer el crecimiento de mujeres sanas,
trabajadoras y conscientes de su deber personal y social, es decir, el deber de
la maternidad; “ser de quien depende la obra providencial de la conservación de
la espcie”.
Sexo fuera del matrimonio.
Pero a pesar de los abundantes
preceptos, lo detallado de las normas de comportamiento que hemos podido
observar con anterioridad y de los castigos inherentes a quebrantar las reglas,
podemos intuir que tanto hombres como mujeres se salían de las reglas
establecidas. La sexualidad se manifestaba fuera de los cánones que la sociedad
de esta etapa de transición marcaba.
Podemos constatar que existía sexo
extramatrimonial, desobedeciendo así el
más importante de los preceptos, las relaciones prematrimoniales están
constadas en toda Europa, siendo más fáciles de llevar a cabo cuanto más
descendemos en la escala social. Cuando el acuerdo matrimonial se parecía más a
un arreglo económico más se cuidaba la castidad de la parte femenina, ya que el
contrato imponía este requisito para poderse llevar a efecto, así una costumbre
extendida entre la aristocracia europea era apartar a la joven, una vez
prometida de la vida pública recluyéndola en un convento hasta el momento de
celebración de los esponsales.
Evidentemente no era reciproco el
comportamiento masculino este podía hacer uso de su sexualidad, utilizando para
ello los burdeles como la vía licita para saciar sus apetitos sexuales antes
del matrimonio.
Existí por tanto, una sexualidad no
autorizada, que, no obstante, se realizaba, y había que perseguirla. La primera
de las infracciones seria la fornicación entre individuos no casados, el
segundo grado del pecado sexual era el adulterio, el adulterio simple implicaba
una persona casada, el adulterio doble implicaba a los dos. El incesto también
consideraba una forma de adulterio, lo mismo que seducir una monja, “novia de
Cristo”.
El adulterio:
El adulterio se convierte en una de las formas del sexo fuera del matrimonio
que más se persiguen desde todas las culturas y sociedades.
Desde las más tempranas culturas se puso
de manifiesto que una esposa debía ser casta. Igual que cuando una hija perdía
la virginidad deshonrada al padre, una mujer infiel deshonraba al marido.
El adulterio era básicamente un crimen
femenino. Las culturas de la antigüedad poseían leyes para castigar la
infidelidad femenina, en cambio los hombres solo cometían adulterio si iban con
mujeres ya casadas, no con otra mujer.
Los castigos no eran equiparables entre
los que cometían el agravio. Las mujeres llevaron la peor parte, en la medida
en que aquellas que practicaban el sexo fuera el matrimonio ponían en peligro la descendencia ordenada,
estas fueron penalizadas mas gravosamente que los hombres, mientras a estos se
les imponían multas, a ellas se les consideraba prostitutas y la ley estipulaba
que el marido agraviado podía ejecutar a su esposa y al amante de esta es una
plaza pública.
Según la legalidad el adulterio de la
esposa no asume la misma responsabilidad moral que el adulterio del marido. La
infidelidad de la esposa es más grave porque anula la certeza de la
procreación.
Contra este régimen de matrimonio se
alzaron voces de humanistas como Erasmo, Castiglioni, Ariosto…, Milton llegara
a sus últimas consecuencias al proponer la institución del divorcio, basado en
el deseo de una futura igualdad jurídica.
La fidelidad de la esposa era exaltada por las fabulas, historias que
dan enseñanzas de cómo debe ser el comportamiento femenino en estas
circunstancia, en todo el momento debe prevalecer la honestidad de la mujer y
antes cualquier tipo de acoso debe defender su virtud hasta con la muerte.
En esta materia, no solo la ley escrita
dictaba las formulas de control de la mujer, existían una serie de costumbres
que se encargaban a enjuiciar y castigar a aquellas mujeres que no cumplían con
las normas establecidas. Rituales como la colocación de los “mayos”, en
Francia, homenajes florares que los jóvenes colocaban en las casas de las
muchachas casaderas la noche del 30 de abril, pero también manifestaban el
juicio que les merecían tales muchachas, de hecho existía todo un código
realizado con plantas que ponía de manifiesto la opinión que le merecía a los
hombres del pueblo la conducta de las jóvenes; el vestido, el lenguaje, y,
sobre todo, la forma de resistir a los galanteos.
Las cencerradas son otra de las
manifestaciones de reprobación por parte de los hombres del pueblo estas se
dedicaban a aquellas bodas que contravenían las normas establecidas por las
conciencias populares, motivo de cencerrada puede ser una diferencia de edad
demasiado considerable, o una flagrante desigualdad de rango social o incluso
que el esposo pertenezca a la categoría de “forastero”.
El caso del marido dominado y golpeado
por su mujer, desencadenada el castigo público mas ostentoso; el paseo en asno.
Para que tengan lugar el desacuerdo conyugal ha de traspasar el ámbito de la
casa; al salir a la calle o a la plaza se expone al juicio público.
Otro tipo de infracción sexual seria la
masturbación, la homosexualidad y la bestialidad, delitos todos contra natura
ya que eran manifestaciones de la sexualidad que claramente no iban encaminadas
a la reproducción sino a la obtención del placer. La posibilidad del
lesbianismo no preocupaba, ya que veían a las mujeres sexualmente dependientes
de los hombres.
Dentro de las relaciones que surgen al
margen de la ley se encuentra el amancebamiento este en algunas ocasiones viene
determinado por la búsqueda de protección económica por parte de la mujer. Este
se da entre un hombre casado y mujer “doncella soltera”. Este, cuando se
descubría, se penalizaba económicamente, la multa para quien tuviera manceba
consistía en un quinto de los bienes propios hasta la cuantía de diez mil
maravedís y dárselo a su mujer legitima. También cabía el arrepentimiento, con
lo que se devolvía los bienes si “probare vivir honestamente en todo el año”.
La educación que se impartían a
hombres y mujeres hacia que se manifestaran de forma diferente el sexo
extraconyugal, la vergüenza movía mucho más a las mujeres a interiorizar las
restricciones de género que el honor a los hombres a restringir su propia
sexualidad, de hecho el orgullo masculino pudo animar a algunos hombres a
jactarse de sus aventuras sexuales. Las subculturas femeninas parecían recordar
a las mujeres que fueran discretas.
El Amor
En la actualidad, en la sociedad
occidental, el amor es uno de los elementos para que la relación entre un
hombre y una mujer sea plenamente reconocida, Pero para los teóricos de finales
de la Edad media (Siglos XI y XII) el
amor no es un dato a tener en cuenta en la concertación de un matrimonio.
La falta de amor no era razón
suficiente para deshacer un matrimonio, ni el amor por si solo servía para que
una unión se considerara valida; los hijos y la fidelidad constituían lo
esencial del sacramento matrimonial. El amor constituía un don agradable que la
providencia y el esfuerzo realizado en la convivencia diaria concedía, y no un presupuesto
esencial para la buena marcha del matrimonio.
El refranero abunda en estos temas; “no
hay que atar tan gran carga (matrimonio) con tan ligeros nudos (amor), o bien
“el amor desana las gentes y ciega las mentes”.
El Amor en la Edad Media solo se entendía
dirigido hacia Dios, las mujeres aunque se entregaran a los hombres en la
tierra debían seguir fieles al amor de Dios.
Estas consideraciones acerca del amor
conyugal van a seguir vigentes durante la etapa moderna, donde se insistía que
las mujeres debían amar a Dios y a Cristo como “esposo”, a la Virgen María y a su madre y a sus padres
terrenales y a la “Santa Madre Iglesia”… este era el único amor que la salvaría
del pecado y la entregaría a la obediencia y la mansedumbre.
Incluso se le avisa de los peligros de
enamorarse de sus maridos, se parte de la concepción que las mujeres son
particularmente propensas a enamorarse y dejar que el amor se apodere de sus vidas,
que es lo mismo que arrojarse a un calabozo, se concluye sentenciando que las
que se casan por amor “ siempre viven con penas y dolores”.
El concepto de amor romántico se difunde
gracias a la imprenta y a la extensión de la alfabetización en los siglos XVI y
XVII, hasta que a mediados del siglo XVIII, terminan por encontrar su camino en
la vida real.
El amor cortés:
Pero los antecedentes de este amor
romántico los podemos encontrar en lo que se denomino el amor cortés, este se
sitúa fuera del matrimonio y entre la élite social. Se trataba de un juego de
las cortes medievales eminentemente masculino donde las mujeres constituían un
señuelo; cumple dos funciones, por un lado, eran ofrecidas hasta cierto punto
por aquel que las posee y que lleva a cabo el juego, constituye el precio de
una competición de un concurso permanente entre los jóvenes de la corte. Por
otra parte las mujeres tienen la misión de educar a estos jóvenes, era
requisito que la mujer estuviera vedada, que fuera casada, y mejor aun si era
la esposa del dueño de la casa.
En este juego solo podían participar los
jóvenes, estaba prohibido a los casados, estos tenían la facilidad de acceso a
otras mujeres, sin que mediara el cortejo previo, prueba de ello son los
innumerables hijos bastardos que poblaban las cortes medievales.
Este cortejo propio de las cortes
medievales se equiparaba a los torneos en la formación de los jóvenes
caballero, en este arriesgan la vida y el primero su cuerpo.
Esta tradición del amor cortés perduro durante muchos siglos, pero con
el paso del tiempo se desdibujaba la distinción entre el amor físico y el
espiritual.
El cortejo se siguió practicando en las
cortes europeas de la Edad Moderna. En un ambiente mucho más relajado, lujoso y
sensual que el de las cortes medievales, las relaciones entre los sexos se fue
convirtiendo no solo en un juego para hombres, sino también en la posibilidad
de relaciones extramatrimoniales para las mujeres de la aristocracia europea.
Se seguían manteniendo algunas pautas de
épocas pasadas como podía ser el ambiente social en el que tenía lugar, la
obligatoriedad de emparejas a mujeres casadas con jóvenes solteros, entre
otras, pero parece que la evolución del amor cortes fue acorde con de los
palacios de las monarquías absolutas europeas. La consecuencias mas inmediata
de este comportamiento más relajado en moral femenina fue el desprestigio de la
institución matrimonial, para muchos solteros resultaba atractivo y honroso el
titulo de cortejo.
Si estas relaciones no terminaban en el matrimonio, desembocaban en
actitudes adulteras. Se permitía este fin porque se consideraba que el
verdadero amor no era compatible con el matrimonio, dado que los amantes deben
entregarse sin estar coaccionados por diferentes tipos de obligaciones.
Sin embargo, a esta época de disipación que alcanzo su punto álgido en
el siglo XVIII coincidiendo con el esplendor de las cortes europeas bajo el
despotismo ilustrado, se le fue poniendo freno paulatinamente, porque a esta
sociedad cada vez mas inserta en el entramado de la economía capitalista
necesitaba de la familia y del matrimonio como institución solida que
transmitiera los valores de sumisión y fidelidad de las mujeres, única forma de
mantener intacto y protegido el linaje y el patrimonio.
Se vincula a la dama a la castidad, al sexo meramente procreador del
matrimonio político, lo mismo que su pesado y costoso traje vino a ocultar y
constreñir su cuerpo, mientras mostraba la noble apostura de su marido. De
hecho, la persona de la mujer llego a tener tan poca importancia para la
relación amorosa, que puede dudarse de si era capaz de amar en absoluto.
El amor renacentista refleja también la condición real de dependencia
que sufrieron las mujeres de la nobleza con el surgimiento del Estado.
En definitiva, podemos decir que durante el tránsito a la modernidad
perduran dos estereotipos de conducta sexual. Una relación moderada y
generalmente sin amor, que tiene como una finalidad el conseguir descendencia y
continuar el linaje, mientras que las relaciones extramatrimoniales
proporcionaban un escenario tanto para el amor sentimental como para el placer
sexual. En las clases bajas eran más fácilmente compatibilizable el amor y el
sexo dentro del matrimonio, ya que la costumbre del noviazgo proporcionaba un
tiempo para conocerse y había una mayor libertad para decidir la unión.
Sin embargo, a lo largo del siglo XVIII se va a ir produciendo un cambio
de concepción en el modelo de relaciones conyugales, tratando de integrar el
componente afectivo y la mutua atracción sexual, con lo cual se están sentado
las bases para el modelo de matrimonio que ha imperado en los últimos tiempos
en las sociedades occidentales donde se trata al menos de lo que se puede, de
instituir una relación basada en el amor y la tracción sexual.
Una nueva división entre la vida
pública y la privada se dejo de sentir a medida que el Estado vino a organizar
la sociedad renacentista, y con esta división hizo su Aparición la relación
moderna entre los sexos, incluso entre la nobleza. También las mujeres de la
nobleza fueron eliminadas progresivamente de los asuntos públicos y si bien no
desaparecieron en el terreno privado de la familia y los quehaceres domésticos
de modo tan completo como sus hermanas de la burguesía-patricia, su pérdida de
poder público les hizo experimentar nuevas coacciones en sus vidas personales y
sociales. Las ideas renacentistas sobre el amor y sus costumbres expresaron
esta nueva subordinación de las mujeres a los intereses de los maridos y a
grupos parentescos dominados por los hombres, y sirvieron para justificar la
eliminación de las mujeres de una posición “impropia para una dama”, de poder y
de independencia erótica. Todos los profesos del renacimiento sirvieron para
moldear a la mujer de la nobleza como un objeto estético; decoroso, casto y
doblemente dependiente, de su marido y del príncipe.
A lo largo del siglo XIX tiene lugar una
transformación profunda del sentimiento amoroso entre hombres y mujeres. Se
dice que “el amor absorbe toda la existencia de la mujer, y que no es un mal
cuya desaparición hemos de procurar: es, por el contrario, un sentimiento
natural, una necesidad imperiosa del corazón que no es posible extinguir sin
graves prejuicios”, esto aparece en los manuales de medicina de la segunda mitad
del siglo XIX, en ellos se anima a no censurar las primeras manifestaciones y a
evitar que las disimulen. Pero, al mismo tiempo añaden, que como el exceso de
sus manifestaciones puede producir efectos no deseados, se señala como efecto
terapéutico la necesidad de proporcionar a la mujer ocupaciones continuas.
Por tanto, aunque se empieza a tomar en cuenta
el amor como un componente importante en la vida de las mujeres, se sigue
pensando que a ellas les afecta sobremanera, por tanto hay que protegerlas para que puedan usarlo correctamente.
El honor
El honor de la familia recaía en
las mujeres de la misma, eran ellas las que debían salvaguardarlo, porque un
humillación en la parte femenina de las familias suponía la pérdida del honor
de los hombres de la misma.
Las mujeres debían ser castas y
puras, conservarse de esta manera hasta su llegada al matrimonio, ya que en los
contratos matrimoniales uno de los objetos que se hallan en trato será las
virtudes y honras femeninas.
La castidad femenina fue considerada
por la sociedad del Antiguo Régimen como uno de los requisitos más importantes
para las mujeres, la castidad facultaba a todas las mujeres que quisieran
adoptar el voto de castidad, a hacerse monjas independientemente de su nivel
económico.
Durante mucho tiempo se alabo la
castidad como el estado más alto para un cristiano, con lo cual aquellas que
profesaban en los conventos eran consideradas como símbolos de pureza.
Pero aquellas que no llevaban la
castidad gasta sus últimas consecuencias ingresando en un convento, la
preservación de la misma les garantizaba obtener futuros esposos de su propio
linaje, la legitimidad de sus herederos y la reputación de su familia. En este
sentido la protección de la castidad era un de las ocupaciones más importantes
de las hijas del Renacimiento. Su honor consistía en mantener la castidad; el
de los padres consistía en supervisar la castidad de sus hijas y esposas.
Si las hijas eran manchadas antes
del matrimonio, los padres solían reclamar una compensación directamente o en
corte al responsable.
El honor de la ciudad, así como
el de una familia podía arruinarse con una violación. La violación en tiempos
de guerra, prohibidas por las costumbres de la época, agravaba la humillación
de los derrotados.
La violación de la virginidad y
la pérdida del honor podían reparase, si no recuperarse, mediante el matrimonio
obtenido a través de la presión moral y legal o de pagos en dinero. Muchas
ciudades italianas crearon instituciones para penitentes “perdidas” en las que
mediante el trabajo y la beneficencia, podían aspirar al matrimonio y
reingresas en la vida social urbana.
***La herencia. Abortos e
infanticidios. Casadas, solteras y viudas. Violencia contra las mujeres.
Estructuras de parentesco. Lo privado contra la costumbre. El honor y el
secreto.
++++. La cruzada contra el cuerpo
femenino se continuo desarrollando durante el Renacimiento, los hombres de la
iglesia confirmaron su idea de que el atuendo debía cubrir un cuerpo sin
libertad, porque había que respetarlo como templo del Espíritu Santo,
comprimirlo como fuente de perversión. La idea que también el vestido unificara
a todas las mujeres, crucificadas ante el mundo, como la iconografía de la
monja, y se llegara a hablar de la teología del hábito.
La idea de considerar a la
iglesia contraria al baile, a la diversión y al goce corporal, es antigua. En
el Renacimiento en la Contrarreforma, la Iglesia despliega nueva fuerza en su
lucha. El baile, afirma, es hijo de la concupiscencia y origina erotismo y
seducción.
Al cuerpo de la mujer, sustraído
al encanto y aun acercamiento natural, se le atribuyeron funciones y destinos
impropios y excesivos. Y, por lo tanto, se convirtió en lugar de violencia, de
curiosidad morbosa y de negación hipócrita. La historia de la histeria
femenina, del sadismo misógino de las deviaciones sexuales masculinas tienen su
mejor cuente en la compleja cultura de la inferioridad fisiológica de las
mujeres.
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