Con la represión sexual y la
monogamia y, que el sexo solo podía ser en el matrimonio, fomento los
matrimonios, por “amor” la gente se quiere casar con alguien que le guste y, el
amor va tomando esa accesión de lo físico y pasional, porque se casan para
tener sexo.
Amor y sexo en el
matrimonio del Antiguo Regimen
El matrimonio constituido en
sacramento desde fines de la Edad Media, va a sufrir transformaciones
importantes con el Concilio de Trento en la dirección de acrecentar su papel en
la sociedad, estableciendo el matrimonio canónico ante el párroco y dos
testigos, pero será durante el siglo XVIII cuando va a experimentar ciertos
cambios con carácter normativo civil y eclesiástico. A pesar de las
exhortaciones, aun no se había conseguido llevar a la práctica lo promulgado.
En cualquier caso, todo contribuyo a acrecentar la subordinación de las
mujeres.
En las últimas décadas del siglo
XVIII el amor empieza a ser un constructo a tener en cuenta a la hora de la
elección de la pareja que anteceden al amor romántico, lo que chocara con los
intentos del Estado por mantener la autoridad paterna que se seguirá esforzando
en defender los matrimonios por conveniencia económica como había practicado
los sectores altos de la sociedad, pero también en las clases bajas estas
uniones lograban un reconocimiento de la comunidad y reforzaba los vínculos de
las amistades.
Por otro lado, el matrimonio se
había convertido en una forma de incrementar la represión sexual, porque en los
contratos matrimoniales, una de las principales basas con las que concurren las
mujeres al mercado matrimonial es su “virtud”, por tanto la virginidad adquiere
un valor superlativo. Llevar a la práctica el matrimonio como ordenaba la
iglesia y el Estado implicaba la prohibición a los novios de mantener
relaciones previas a su consumación, por eso se incrementan las prohibiciones,
hasta el extremo de impedir el encuentro en privado e imponer la presencia de
los padres.
Al igual que en otros campos,
también en este vamos a asistir a un proceso de secularización en el que la
Iglesia y el Estado pugna por la hegemonía en este materia, sin que se rompa la
idea que los dos deben ir juntos, pero si se que se empieza a pugnar por
establecer la máxima autoridad. La cuestión es establecer si el matrimonio
tiene más de contrato o de sacramento. El pensamiento ilustrado también
mostrara algunas postura diferentes en este terreno, donde la pragmática de
1776 fue uno de los hechos más relevantes, y la oposición entre el amor “razonables
y moderado” frente a la pasión
prerromántica.
También nos aproximaremos al
escollo que suponía la consanguinidad especialmente en aquellos lugares más
aislados y con fuerte tradición endogámica, como podía ser las Islas Canarias,
mas acrecentado aun en algunas localidades que la orografía mantenían más
cerradas.
Así el ámbito cronológico se
adentra en los primero años del siglo XIX cuando todavía se establecen algunas
normas como la edad hasta la que deben contar con el consentimiento paterno, a
pesar de la insistencia en el libre consentimiento de los contrayentes.
Las fuentes principales que
utilizaremos serán eclesiásticas y legislativas, sobre todo, lo referente a
tribunales tanto civiles como religiosos porque a través de esto podemos
acercarnos a las diversas concepciones de la época y ver las diferencias entre
las leyes y las quejas por su incorrecto cumplimiento.
PROSTITUCION
La prostitución no es la
profesión antigua, pero si es una de las profesiones con más capacidad de
adaptación a las circunstancias y a la evolución de la demanda.
Los testimonios más antiguos
sobre mancebías en la Península Ibérica son del siglo XIII. No obstante, en el
mundo griego y romano ser arbitraron algunas medidas para ejercer algún tipo de
control sobre las rameras callejeras, se estableció un impuesto especial que
debían pagar las prostitutas, pero no se ordenaba que debieran vivir en algún
barrio o lugar determinado.
Bajo la cultura andalucí de la
Península también hubo reglamentos de prostitutas. Por tanto, la reglamentación
medieval obedece a las tradiciones clásica e islámica. Pero el encerrarlas en
algunas zonas es una innovación cristiana del siglo XIII procedente del Reino
de Aragón
Andalucía es la región con mayor
densidad de mancebías, 44 plenamente documentados, desde pequeños mesones hasta
los más afamados burdeles.
Con los Reyes Católicos, serán
los propios monarcas quienes instaron personalmente a algunas ciudades para
crear sus mancebías. Concedieron el monopolio de todas las mancebías del Reino
de Granada a Alonzo Yánez Fajardo.
La existencia de mancebías en una
ciudad implicaba la prohibición absoluta de otro tipo de prostitución.
San Agustín dijo: “ Cerrad todos los burdeles y la inmundicia lo
llenara todo”. Prefiere tolerar la fornicación de solteros con prostitutas
que afrontar los riesgos de violaciones.
La escolástica medieval intentó
aligerar la gravedad dl fornicio comercial. Sin decir que dejase de ser pecado
mortal (porque no se admitían pecado veniales en materia de pecados carnales),
se definió la copulación con un ramera como “fornicación simple”, lo que
significaba que ocupaba el escalón más debajo de los posibles pecados de
lujuria (adulterio, estupro, violación, sacrilegio, relaciones contra naturam,
bestialismo, coito diabólico).
Es difusa la distinción entre
delito y pecado (la ley castigaba como delitos acciones que eran mas bien
pecado y viceversa), lo que levaba a muchos a creer que acostarse con una
prostituta no era pecado mortal, lo que llevo a la Inquisición a tomar cartas
en el asunto y ordenar a partir de 1560. Que los tribunales persiguiesen como
reos de Fe a quienes tal cosa defendiesen.
El adulterio era aun mas grave en
su dimensión social, ya que obligaba al marido ofendido a tomar una venganza
personal.
La creación de una buena red de
mancebías fue vista por la sociedad bajomedieval y hasta el siglo XVII como uno
de los instrumentos para asegurar buen orden social.
La mayoría de los que usaron
mancebías pensaban que no era pecado porque un rey tan “Católico”, permitía de
esta forma la comisión de miles y miles de pecados.
La Iglesia consciente que era más
la ignorancia que herejía, impuso penas “suaves” a los condenados por este
delito: salir al auto público, estar expuestos a la vergüenza pública, abjurar
públicamente y poco más. En algunos casos la excusa esgrimida será que fueron
sus propios confesores quienes le indicaron que solo era pecado venial.
Podemos ver dos grupos entre las
mancebías: las dependientes de los ayuntamientos (mancebías concejiles) y las
que funcionaban como prerrogativa o monopolio de una casa nobiliaria (mancebías
señoriales).
Las mancebías concejiles
dependían exclusivamente de la jurisdicción municipal y del Rey. De todas
formas, en las poblaciones pequeñas, la prostitución no necesito recintos
cerrados, bastaba con una casa o mesón en las afueras que era conocidas por
todos.
En los pequeños ayuntamientos la
mancebía no era solo una garantía de orden social, sino que suponía una buena
fuente de ingresos. La norma general era que el Concejo arrendase la gestión
del burdel al particular que mas pujase, siendo este el que se ocupase de lo
cotidiano, de los clientes, de cobrar los servicios, de facilitar ropa, cama y
comida a las mujeres, etc. Los ingresos aparecen entre los más cuantiosos y
saneados de cuantos disponían las arcas municipales. La propia Iglesia se unía
a los demás propietarios a la hora de defender los más jugosos beneficios que
emanaban de las mancebías. Cuando los alguaciles municipales se excedían en su
cometido de vigilancia, o cuando el propio Concejo tomaba medidas drásticas de
control, los dueños elevaban sus quejas por las pérdidas acumuladas. De todas
formas, esto no solía ser frecuente. Una de las pérdidas acumuladas. De todas
formas, esto no solía ser frecuente. Una de las prácticas clandestinas más
habituales de esas mujeres era abandonar la mancebía por la noche para buscar
otros clientes. Lo habitual era que los mandamientos y ordenanzas sobre las
mancebías fuesen más que papel mojado en práctica.
También sabemos que una vieja
práctica castellana, no avalada por ninguna ley pero vigente hasta el siglo
XVII, permitía que todo sentenciado a muerte pudiese quedar libre si se casaba
con una mujer pública.
A las mujeres abandonadas por sus
maridos solo se le abrían tres posibilidades: volver al seno familiar de sus
padres, contraer nuevo matrimonio en tierras extrañas donde nadie la conociera
o, lanzarse a recorrer burdeles. Hubo denuncias ante la Inquisición por
bigamia, tenemos algún caso en que la pena fue de cien azotes y seis años de
destierro.
Las ordenanzas de la mancebía
establecía que esas mujeres no podían ejercer su oficio en domingo ni grandes
fiestas, lo que provocaba, por un lado, la huida de rameras a las calles y, por
otro, pendencias y violencias por parte de muchos foráneos. Así en muchos
casos, las autoridades dejaron a un lado los escrúpulos religiosos a favor del
orden público.
Estas boticas no eran holgadas;
disponían solo de espacio imprescindible para un cama, lo que obligaría a las
mujeres a pasar gran parte del día en las calles del burdel.
Hasta fines del siglo XVI casi
nadie puso en cuestión la convivencia política de seguir manteniendo un sistema
que era alabado por el propio monarca. El propio San Juan de Ávila en Sevilla
en 1564, solo pudo sugerir un mayor celo en el recto cumplimiento de las
Ordenanzas de la mancebía, sin llegar a sugerir su desaparición. Pero esto va a
cambiar a partir de la década de los ochenta del siglo XVI con la campaña que
desplegara la Compañía de Jesús.
Los moralistas católicos habían
analizado el problema desde la perspectiva de su inevitabilidad y desde su
caracterización como “mal menor”. Mas valía regularlo que dejarlo a su libre
desafuero, doctrina fundamentada en San Agustín y Santo Tomas de Aquino. El
discurso jesuítico supondrá a una ruptura, para ellos la mancebía es el foco de
corrupción que puede llevar a una ciudad entera a su condenación. A los dos
años de la fundación de la Compañía, San Ignacio dedicaría esfuerzos en Roma al
problema de la prostitución fundando la Casa de Santa Marta. Donde los jesuitas
fundaban casa y colegios empezaban acciones concertadas en una estrategia de
moralización de la vida pública. Asedio a las mancebías y fundación de esas
casas de recogimiento serian las dos líneas de ataque a la institucionalización
del amor venal que llevaría al cierre de 1623. La táctica predilecta para
atraerse a los sectores sociales más relevantes de las campañas jesuíticas fue
la fundación de congregaciones. Desde 1563 y en Roma, fue práctica pastoral
habitual la fundación de círculos de colegiales escogidos.
Hubo representaciones terribles
de las enfermedades de transmisión sexual en una época en la que, tras lo
terrores iníciales derivados de la aparición de la sífilis, su domesticación
mediante los tratamientos mercuriales y de Palo de indias había dado lugar a una
consideración festiva del “mal de bubas”. El Arzobispo Carranza en su Catecismo
(1558), se escandalizaba de la corrupción de costumbres que había llevado a que
se tuviese a honra el haber sufrido de bubas como seña de identidad de un buen
cortesano.
A finales de 1622 se trata el
tema de las mancebías, se intenta acabar con ellas, en la Junta de Reformación,
pero arrojo un resultado desfavorable a favor de la continuidad y 11 en contra.
En 1623 era nombrado Cronista Real el padre Juan de Mariana, se forzó una nueva
votación en febrero, y como resultado, las mancebías castellanas fueron
suprimidas.
Acabaron pagando con su vida su
voluntad de llevar hasta el final su inclinación sexual. En 1578, escribía el
poeta Vicente Espinel:
¡Oh! Caso horrendo, mísero
y terrible
es ver la juventud
del suelo vándalo
envuelta en sodomía
incorregible;
el melifluo mozuelo
oliendo a sándalo,
con blanduras del
rostro y alzacuello,
moviendo al cielo a
ira, al mundo a escándalo.
En Granada el 19 de abril de 1600
fueron quemados quince acusados de sodomía, lo que nos hace pensar en una
comunidad activa y secreta. En Málaga un estudio sobre casos criminales arroja
la insólita cifra de 14% de delitos de sodomía.
Galeotes, esclavos, marineros, soldados, marginados, pudo ser el caldo
de cultivo en el que naciesen y prosperasen círculos clandestinos de
prostitución masculina.
Las Casas de las Arrepentidas
solía ser refugio a mujeres que quería quitarse de en medio un tiempo, huyendo
de la justicia o de un rufián violento. Hay casos de clérigos que se ocupaban
de la salud espiritual de estas mujeres y fueron procesados por mantener
contactos sexuales con ellas bajo coimas.
Los gobernadores españoles del
Despotismo ilustrado, en su afán de racionalizar los recursos del país y rentabilizar
la mano de obra sacaron adelante (aunque con pobres resultados) una política
para poner a trabajar a los grupos marginales. Las mujeres públicas podrían ser
más útiles a la Nación trabajando en los talles y trayendo al mundo nuevo
trabajadores. El medio ideado para acabar con la prostitución y para disuadir a
las mujeres de dedicarse a tal oficio fue la creación de una red de centros de
reclusión para prostitutas, centros que en su orden interior estaban a la mitad
de camino entre los conventos de arrepentidas y la cárcel pura y dura. El
objetivo no era solo el de hacer desaparecer de las calles el espectáculo de
las esquinera y cantoneras, sino el de reeducarlas para ser miembros útiles de
la sociedad, enseñándole los valores del orden, la disciplina y el trabajo. A
lo largo de las últimas décadas del siglo XVIII se fueron creando en diversas
ciudades este tipo de establecimientos. Otros centros proyectados quedaron
desde un principio de falta de financiación y arrastraron una existencia de
carencias y malas condiciones que imposibilitaron el que se alcanzasen los
objetivos. La crisis económica de finales del siglo XVIII y principios de XIX
debió provocar el aumento del número de mujeres que acudieron a las ciudades
para prostituirse.
Estas disposiciones no sirvieron
de nada, el verdadero problema del origen de la prostitución estaba en la
miseria. La política de represión se mostraba ineficaz, se imponía la reflexión
sobre un cambio radical de estrategia prostibularia, una nueva política de burdel.
Para los matrimonios existía un
ceremonia civil antes de la eclesiástica ese matrimonio de mutuo acuerdo ya
tenía un reconocimiento social y jurídico, esto se mantuvo asi en Inglaterra
hasta el Marriage Atc de 1753, la
única posición a este uso vino de los puritarios que condenaban toda practica
sexual fuera del matrimonio eclesiástico (incluso algunos querían castigarla
con la muerte), y de la Iglesia Católica, que lo había prohibido expresamente
en el Concilio de Trento (1563).
Prototipo de mujer ideal se
basaba en cumplir las tres características principales: castidad, silencio y
obediencia.
Las obligaciones de una esposa
eran:
-Dar honor, reverencia y respeto
a su marido
-Dar obediencia y servicio
-Mantener la casa
-Ser silenciosa y hablar
solamente con su maridos o por su marido
-No rebelarse bajo ningún
pretexto
Las obligaciones de los maridos
eran:
-Mantener a su familia
-Gobernar a los miembros de esta
con justicio y de forma armoniosa y no con crueldad e injusticia.
Amor y Matrimonio
La iglesia decreto que una vez
que uno había dado su palabra no podía desdecirse, aun cuando nunca hubiese
mantenido relaciones sexuales con su pareja ni hubiesen llegado a convivir.
Pero en la práctica, en los albores de la Edad Media había muchas mas formas de
salir del matrimonio que en los inicios de la Edad Moderna.
Hubo una continuidad básica en el
desarrollo de los ideales y las conductas matrimoniales desde finales del siglo
XVIII y hasta las décadas de 1950 y 1960. En el siglo XVIII la gente comenzó a
adoptar la nueva y radical idea de que el amor debería ser la razón de mayor
peso para unirse en matrimonio y que los jóvenes deberían tener la libertad de
elegir a su compañero o su compañera. La sentimentalización del matrimonio del
matrimonio basado en el amor fue del siglo XIX y su sexualización del siglo XX.
Hasta las postrimerías del siglo
XVIII, la mayor parte de las sociedades del mundo juzgaba que el matrimonio era
una institución económica y política demasiado trascendente como para dejarla
enteramente en manos de la libre elección de los dos individuos implicados.
Los rasgos que prometían hacer
del matrimonio una relación tan única y preciada abrían el camino para que el
vínculo terminara siendo optativo y frágil. Los escépticos tuvieron razón al
inquietarse por los peligros de las bodas por amor.
La historia del matrimonio basado
en el amor desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX es una
historia de crisis sucesivas.
El matrimonio tenía tanto que ver
con obtener una buena familia política y aumentar la fuerza laboral familiar
como encontrar un compañero o compañera para toda la vida y criar juntos los
hijos.
Son falsas la teoría de que el
matrimonio se invento para que los hombres pudieran proteger a las mujeres y la
teoría opuesta, según la cual se invento para que los hombres pudieran explotar
a las mujeres. El matrimonio surgió como respuesta a las necesidades del grupo
más amplio, Convirtió a extraños en parientes y extendió las relaciones de
cooperación más allá de la familia inmediata al crear redes más extensas de
parientes políticos. A medida que las civilizaciones se hicieron más complejas
el casamiento paso a ser una manera que tenían las elites de acrecentar o acumular
recursos y aislar a los individuos sin parentesco a los miembros “ilegítimos”.
Las familias propietarias consolidaban la riqueza, fusionaban los recursos,
forjaban alianzas políticas y económicas y pactaban tratados de paz casando
estratégicamente a sus hijos.
En la clase superior había un
intercambio de dotes, convertían el matrimonio en una inversión económica de
gran envergadura que hacían lo padres. En España desde comienzos de la Edad
Media y hasta el siglo XVIII , la dote era con frecuencia la mayor transfusión
de dinero, bienes o tierras que un hombre recibía en toda su vida.
Hasta en las clases inferiores el
matrimonio era una transacción económica en escala mucho menor. Había muy pocos
matrimonios en los que cada integrante tuviera su propia “carrera”. La mayor
parte de las personas compartían con su pareja un único negocio que ninguno
manejaba solo.
El matrimonio también organizaba
la división del trabajo y el poder por género y por edad y confirmaba la
autoridad de los hombres sobre las mujeres. El matrimonio era además la marca
más importante de la edad madura y de la respetabilidad y la principal fuente
de seguridad social, cuidados médicos y seguro contra el desempleo. Las
personas se enamoraban y a veces hasta de sus cónyuges, pero el matrimonio no
era una cuestión de amor.
El matrimonio era un contrato
demasiado importante para que se dejara en manos de la pareja comprometida.
Cuando los individuos organizaban sus propias transiciones de soltero a casado
y de casado a divorciado, con frecuencia lo hacían teniendo en cuanto las
ventajas económicas y políticas.
Las mayores historias de amor de
todas las épocas, como la de Antonio y Cleopatra, tuvieron que ver más con las
maquinaciones políticas que con las pasiones románticas. Los casamientos de los
ricos pueden narrarse como novelas de intriga, política, como fusiones
empresariales.
Tan pronto como se impuso el
casamiento por amor y la intimidad para toda la vida, la gente comenzó a exigir
el derecha a divorciarse. Mas personas que nunca se adhirieron a los ideales de
amor y compañerismo matrimonial aunque no hasta el punto de llegar a la
peligrosa conclusión de que los matrimonios sin amor deberían terminar en
divorcio ni de que la verdadera camaradería matrimonial debería construirse sobre
la base de la igualdad entre hombres y mujeres.
El matrimonio organizaba la
producción y distribución de bienes y personas. Establecía alianzas políticas,
económicas y militares. Coordinaba la división del trabajo por género y por
edad. Determinaba los derechos y obligaciones personales desde las relaciones
sexuales a los derechos sucesorios de propiedad.
Durante años los maridos tuvieron
el derecho de pegar a sus esposas. Probablemente solo unos pocos aplicaron una
pena más severa que una bofetada, pero la ley defendía la autoridad del marido
para castigar físicamente a su esposa y para ejercer a la fuerza su derecho
matrimonial a las relaciones sexuales.
Las personas siempre se
enamoraron y siempre sufrieron cuando ese amor no era correspondido, pero
durante la mayor parte del tiempo las normas institucionales del matrimonio
exigían que la mujer sufriera en silencio y permitían a los hombres buscar el
amor fuera del vínculo conyugal. La gente quería vivir una historia de amor
pero la mayoría ni siquiera lo intentaron, pues entendían que el matrimonio era
una institución económica y política con reglas rígidas.
Bernard Shaw Describió el
matrimonio como una institución que mantiene unidas a dos personas bajo la
influencia de la más violenta, mas insensata, mas engañosa y mas transitoria de
las pasiones. Se les exige que juren que permanecerán continuamente en esa
condición palpitante, anormal y agotadora hasta que la muerte los separe.
Durante la mayor parte de la
historia fue inconcebible que las personas eligieran a sus compañeros basándose
en algo tan frágil e irracional como el amor y que luego concentraran todos sus
deseos sexuales, íntimos y altruistas en el matrimonio.
Rara vez el amor fue considerado
como la razón principal para casarse. Cuando alguien defendía tan extraña
creencia constituía una seria amenaza al orden social.
En la Edad Media se definía que
el amor como un desarreglo
del espíritu que podía curarse
manteniendo relaciones sexuales o bien con la persona amada o con alguna otra.
El amor cortes tuvo más trascendencia en la literatura que en la vida real.
En texto cristianos anteriores al
siglo XVIII, la palabra amor se empleaba normalmente para referirse a lo que
alguien sentía por Dios y hasta por los vecinos antes que para expresar el
sentimiento que le unía a su esposa. La lealtad sexual tampoco era una
prioridad. La fidelidad es un invento bastante reciente. De 109 sociedades,
solo 48 prohibían el sexo extramatrimonial tanto al marido como a la esposa.
LA MUERTE
Hacia la década de los setenta,
una nueva intersección entre la antropología y la historia cultural convirtió
al tema de la muerte en un tópico privilegiado de las ciencias humanas
renovadas. Sobre todo los historiadores de las mentalidades, en el corazón mismo
del movimiento de Annales (como Le Goff) o vinculados a este desde las
“izquierdas” (Vovelle) y las “derechas” (Aries), se preocuparon por extender al
pasado de las civilizaciones europea el programa científico que Levi-Strauss
había propuesto para la etnología: “… la representación que una sociedad se
hace de la relación entre los vivos y los muertos se reduce a un esfuerzo para
esconder, embellecer o justificar, en el plano del pensamiento religioso, las
relaciones reales que prevalecen entre los vivos”.
Aries culmino una década de
investigaciones y varios proyectos escritos sobre las actitudes de la gente de
Occidente ante la muerte, con su libro publicado en 1977, L’homme devant l
amort. Aries introdujo allí una cronología y una serie de etapas a partir
de la Alta Edad Media. La primera de ellas, la de la “muerte colectiva y
domesticada”, se extendió entre la época carolingia y el renacimiento de las
ciudades en el oeste de Europa; sus caracteres habrían sido la creencia en el
pecado como causa primera de la extinción de la vida corporal, la certeza
respecto de la inmortalidad de las almas y la seguridad en la eficacia de los
ritos de pasaje al mas allá. La segunda etapa, la de la “muerte de si mismo”,
nació con el individualismo de los litterati en los siglos XII y XIII y
se expandió a favor de la crisis del feudalismo a partir del trescientos; sus
notas esenciales fueron el horror a la caducidad del cuerpo y la aparición de
la idea de lo macabro. El tercer momento, en el de la llamada “muerte larga y próxima”
correspondió a los tres siglos de la Edad Moderna y se distinguió por el auge
progresivo de una visión científica dl proceso de degradación biológica y el
debilitamiento en el sentido del pecado. La cuarta etapa acompaño a los
progresos de la familia burguesa nuclear y se alzo sobre la desesperación
frente a la “muerte ajena”, la del ser amado sobre todo, al mismo tiempo que
parecían extinguirse las creencias tradicionales en el pecado y en la
inmortalidad. La quinta fase es la del siglo XX, que gira en torno al
sentimiento de la “muerte negada e invertida”, a la sensación de vergüenza ante
el fin de la vida.
Volvelle no alteró básicamente la
periodización propuesta por Aries en su libro La mort et l’Occident de 1300
a nos jours publicada en (1982),
llego a aceptar el hecho de que Aries se situase en la esfera de una historia
inconsciente colectivo una autonomía respecto de los condicionamientos del
tiempo. Para Aries, cada una de aquellas cinco etapas posee un comienzo
bastante definido en el tiempo, pero ninguna concluye definitivamente, pues aun
en el siglo XVIII podemos toparnos con expresiones de la “muerte domesticada”,
contemporáneas de la angustia producida por la “muerte ajena” que apenas si
estaba despuntando al calor de una nueva sensibilidad de los individuos. Para
evitar tales anacronismos, Vovelle no solo aumentó la precisión cronológica del
despuntar y del eclipse de las actitudes sucesivas, sino que las anclo en la
demografía, las dedujo a partir de las series cuantitativas de los registros de
locuciones, imágenes, costumbres (formulas testamentarias, iconografía en los
altares de capillas rurales y urbanas, exvotos), y descubrió finalmente sus
rasgos de “reveladores metafóricos” de los conflictos sociales, políticos y
religiosos.
Le Goff en El Nacimiento del
Purgatorio estudio el proceso de construcción mental e ideológica de una
nueva topografía del más allá, superadora de otra antigua y polarizada en el
cielo y el infierno de otra antigua y polarizada en el cielo y el infierno, los
lugares imaginarios del bien y del mas transacciones éticas y espirituales. La
elaboración y el triunfo de la idea de un Purgatorium acompañaron el
surgimiento de una nueva sociedad urbana y burguesa en los siglos XII y XIII,
punto de partida, para Le Goff, de la identidad de nuestra civilización
moderna: “Los sufragios por los muertos suponen la constitución de vastas
solidaridades de una y otra parte de la muerte, relaciones estrechas entre
vivos y difuntos, y la existencia entre unos y otros de instituciones de
vinculación que financien los sufragios… Que acrecentamiento de poder no
representa para los vivos una influencia así sobre la muerte. Pero también, y
ya desde acá abajo, que reforzamiento de la cohesión de las comunidades
(familias carnales, familias artificiales, religiosas o confraternidad) como la
que aporta esta extensión después de la muerte de solidaridades eficaces y que
instrumento de poder para la Iglesia”.
Collen McDanell y Bernhard Lang
en Historia del cielo han insistido en que la podríamos llamar teoría de
la proyección ideológica, es decir, en la idea básica de que el modo de
concebir el cielo revela la percepción que las personas han tenido de “si
mismas, sus familias, su sociedad y su Dios”.
Por su parte Gunzburg en su Historia
Nocturna muestra que el estereotipo del sabat de las brujas debe mucho más
a la pervivencia de un mito milenario que a la perduración degradada y acosada
de un ritual. Acepta la tesis de que aquella formula ideológica fue una
“formación cultural de compromiso”, el producto hibrido surgido de un conflicto
entre la cultura docta de los teólogos y juristas y la cultura folklórica
campesina de los siglos XIV XV.
Detrás de los relatos, los
ruegos, las luchas, los disfraces, hemos descifrado un contenido común: la
identificación simbólica, en la inmovilidad del éxtasis o el frenesí del rito,
con los muertos.
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